La corona de la reina

Silvia Segura

Francos por pesetas

QUIERO que no me abandones, amor mío al alba…tarareaba mentalmente la canción de Aute, hasta quedar vencida en los brazos del sueño. El pañuelo de algodón empapado en lágrimas resbalaba por sus lánguidos dedos hasta caer en las enagüillas que recubrían sus rodillas. Temblaba más por pena y angustia que por frío, ni tan si quiera el brasero de carbón conseguía aniquilar los tiritones. Había logrado reprimir el llanto en su presencia, bastante desolación portaba ya en su maleta. Como si de Esquilo se tratara, levantó su barbilla, miró fijamente sus ojos color cielo y le dijo: "lo que tenga que ser, será". Se repetía la historia, esa misma que es émula del tiempo, testigo de lo pasado, ejemplo del presente y advertencia del porvenir; mas esta vez, sólo él escribiría su leyenda y solo tendría que enfrentarse al adiós de su patria y al reencuentro con otro país, con otra gente, con otra Historia. Casi tres años de Guerra Civil, hicieron de España ejemplo claro de mutilación y destrucción. Él era un español más cuyo discurrir de vida venía marcado por la carestía y la pobreza. Tras la contienda llegó a Sevilla y Cataluña, y un quinquenio después volvió a pisar tierras andaluzas, donde el destino, ese cuyas decisiones son irrefutables, la cruzó en su camino. Era una niña, contaba doce años, menudita, con el pelo color trigo cuyos tirabuzones mecía el viento al compás de las olas del mar. Se emociona al recordar que dejó que se criara hasta cumplir los diecisiete. Inseparables, y con la máxima aristotélica de "la esperanza como sueño de hombres despiertos" por bandera, lloraron sobre la suya roja, amarilla y roja para someterse durante treinta años a la tricolor que ondeaba en tierras francesas. La imagen de una Europa próspera actuó de imán. Promesas de bienestar, progreso y mejoría eran bases sólidas sobre las que cimentar su proyecto de futuro. Trabajo incesante, crianza y lucha. Agotaron tres largas décadas antes de abandonar el país galo y regresar a su querida España. Emigración es despedida, alejamiento, historia de una vida que se va grabando en el corazón de aquél que por mandato de la fortuna tiene que soportar experiencias vitales fuera de su lugar de esencia, lejos de su verdadera cuna. Hasta diecinueve pesetas daban por un solo franco suizo. Hablaba francés a la perfección, sabía cocinar, lavar y planchar. Partir nuevamente era ardua tarea, pero traería su recompensa. Suiza, por su política de regularizaciones administrativas, impedía la reagrupación familiar. Una vez a la semana la llamaba por teléfono, y en las eternas noches de insomnio le escribía cartas mientras lloraba desconsolado escuchando en su viejo transistor alguna letra de Valderrama o Farina. A sus 82 años, con su eterna gorra de tela en la cabeza, sigue echando su partida a la petanca. Genio y figura.

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