Acaso ante la naturaleza muerta, por inanimada, quepan los guiños antropomorfos para infundir un soplo de vida en un pedazo de roca. Del mismo modo, sin embargo, dado será reprochar el atropello que supone esa alteración del peñasco. Bien está que la orografía insinúe, con las formas labradas por la erosión, ciertos antropomorfismos casi siempre debidos a la imaginación de quien contempla y al acierto con que se acogen esas asimilaciones populares. Pero poca complacencia cabe cuando con pintura se ponen rostro y expresión en un saliente de piedra que se presta a la ocurrencia. Nuestros más primitivos antecesores se valieron de las pinturas rupestres para representar los acontecimientos primarios que procuraban la subsistencia, todavía sin depurar las pulsiones artísticas. O acaso invocaban, por una necesidad asimismo remota de trascender la cortedad y las estrechuras de los días, una espiritual asistencia que les protegiera de mal fario e hiciera propicia la faena de cazar. Cuando no se trataba de ensalzar las estrenadas rutinas domésticas que asentaban el convivir. Mas este cuasi pictograma posmoderno no participa de tales atributos sino del incivismo civilizado. / Antonio Montero Alcaide

No hay nada más triste que haber estado en primer línea mediática y, de pronto, cambiar a un puesto menor. Es lo que le ha sucedido estos días en Berlín a algún/a responsable de instituciones. Ya ni se pone en las fotos.