Unzué y la ELA

Ofenden a los enfermos de ELA la desconsideración y las demoras para regular que se les garantice una vida digna

Los enfermos de esclerosis lateral amiotrófica (ELA) merecen, entre muchas otras cosas, respeto. Y necesitan atención y cuidados sin limitaciones ni demoras. Por eso hay que subrayar lo certera y directamente manifestado por el exfutbolista Juan Carlos Unzué, tras acudir, con un buen número de enfermos de ELA, al Congreso de los Diputados, a una jornada sobre la regulación que garantice una vida digna a las personas con ELA, cuando solo se presentaron cinco diputados, sin que los muchos ausentes debieran tener ocupadas sus agendas, pues no había actividad parlamentaria, para no resultarles posible la asistencia. Tal como se evidenció, más pudo la indiferencia o el desinterés, improcedentes maneras de la desaprensión y de la falta de miramiento.

Aunque el uso del término “gente” esté manoseado, a beneficio de los eslóganes políticos, cierto es que los problemas de la gente común, sobre todo si una enfermedad estragadora irrumpe en la existencia ordinaria, quedan lejos de los apremios y las urgencias -otra cosa es la importancia- que alteran, trastocan y determinan las decisiones políticas y parlamentarias. Así, pospuesta y bloqueada está, desde hace ya dos años, una ley para procurar la vida digna de los enfermos de ELA, como si se tratara de una regulación más controvertida que otras que ocupan a los diputados, si acaso con una dedicación mayor que la de pulsar el botón de las votaciones sin equivocarse. Es más, algunos sanitarios -los menos, los más ideologizados- sugieren a los enfermos que, a falta de vida digna, piensen en la posibilidad de una muerte digna, resolutiva eutanasia mediante.

Era bueno Unzué como guardameta, pero engrandece más su condición este firme compromiso para logar que los enfermos de ELA cuenten con los recursos y apoyos precisos. Y lo hace, además, como él mismo ha reconocido, sin que precisamente le falte capacidad económica para afrontar los cada vez más crecidos gastos que la enfermedad conlleva, sino para poner cara, dado que es una persona conocida, a quienes, sin renunciar a la vida, no la tienen con la dignidad indispensable. Ofende a los enfermos, entonces, la desconsideración del abandono y debería conmover socialmente más esta demora, tan injusta como aciaga, para regular lo que no resulta de coyunturales intereses torticeros, sino de una perentoriedad vital.

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