Ir, o no ir, al médico

No acudir a una cita médica, sin anularla, puede ser un acto incívico, insolidario, aunque resulte de la aprensión

Las citas médicas son materia de interés por distintas razones. Una de las más conocidas se refiere al tiempo que transcurre hasta que se consiguen y los efectos que esa demora puede conllevar en el estado de salud que quienes las precisan. Otra guarda relación con las destemplanzas del ánimo cuando, en la visita, han de conocerse resultados de pruebas y diagnósticos que alteren esa tan valiosa como no siempre bien valorada normalidad de la salud, sin necesidad de entrar en detalles, si bien suele acudirse a esa “fortuna” cuando las expectativas de los premios gordos de la lotería se frustran y ni siquiera cabe una pedrea de consolación. Y otra razón, en esto de las visitas o consultas médicas, se refiere a la inasistencia, al no acudir cuando se tienen concedidas, sin justificar tal circunstancia e imposibilitar, con ello, que puedan tenerla otros de los solicitantes que engrosan las habitualmente repletas listas de espera.

Así, de parecido modo al de la información sobre los tiempos de atención de los servicios médicos a los enfermos, se da a conocer el alto número de estos -o que quieren saber si lo están- que faltan a las visitas o consultas sin avisarlo: cerca de tres millones, el año pasado, en Andalucía. Incluso con la posibilidad, anunciada por el Gobierno de los vecinos franceses, de imponer multas -parece que no hay sensibilización más efectiva que la que afecta al bolsillo- para, de algún modo, inducir la cívica y hasta solidaria práctica de comunicar con tiempo la inasistencia. Motivos para dejar de acudir el médico suele haber, pues la aprensión recelosa es un mal extendido, de manera que abundan quienes, salvo cuando no pueden con su cuerpo, prefieren la espontánea curación del tiempo o, si acaso, la inconveniente administración de medicamentos o fármacos algo conocidos en el tratamiento de los achaques. De ahí que, teniendo cita para acudir a consulta, se desista de ello de advertirse algún alivio. Además, aunque no se trata de contar los pecados al confesor, la visita al médico participa del protocolo de la confesión: enumeración de los síntomas, atenta escucha al facultativo, acto de constricción por los descuidos, comprometido y saludable propósito de enmienda y dosificada penitencia de recetas. Aunque en el confesionario haya pocas listas de espera y para el médico no falten.

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