Amanecer.

Amanecer. / Antonio Lao

Si la creación del orbe hubiera de representarse con una muestra peculiar, la salida del sol en el paraíso terrenal del Cabo de Gata bastaría para imaginar, sin desviaciones, la génesis del cosmos. Nada más hace falta que el espejo del Mediterráneo, con el azogue de sus quietas aguas a la espera del desperezo de los días; que la playa como confín, o avanzadilla, de la tierra adentro, en la cambiante frontera de las mareas, desde la que darse un baño es una forma de advertir que no conviene siempre la aparente normalidad, la poco ensoñadora disposición de tener siempre los pies sobre el suelo; que el sol incipiente, en el sucesivo reinado de las jornadas por el astro que decreta, y regala, las luces del días, y adorna con el velo de las sombras y la compostura de la oscuridad el porte de las noches, como si estuvieran de duelo en el sereno y también repetido luto por la solar ausencia. Tal es el accesible prodigio de los amaneceres, cuando el universo que nos cae más a la mano anuncia que la vida se anima cada mañana, y el Mediterráneo es un cuaderno de aguas en el que escribir las singladuras de los días. Aunque las borren las mareas, pues se trata de reescribirlas, con las estrenadas luces del alba, cuando el orbe es incesantemente recreado, pues no hay amaneceres, ni días, que se repitan.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios