Semana Santa

Conocidas e indescifrables razones

  • A veces, no encontrar la razón es, precisamente, la razón de las cosas. Por eso los nazarenos salen en procesión, sean conocidas o indescifrables las razones

Nazarenos en una procesión.

Nazarenos en una procesión.

Aunque existan y den explicación, no hay que buscar siempre las razones de las cosas. Incluso, en ocasiones, no encontrar la razón es, precisamente, la razón. Mas no se tenga esto como una sinrazón, pues no se trata de ir contra la justicia, ni contra lo debido, solo que, a pesar de no conocerse la razón, o por esto mismo, a las situaciones, a los comportamientos o a las voluntades no les falta, eso es, la razón. Podrá entenderse que esta última proviene o se halla en la costumbre, en la permanente e inalterada fuerza de lo consuetudinario. O en uno de esos vínculos o disposiciones de la voluntad que llevan a hacer las cosas de manera decidida, reiterada e incuestionable. Pero no hay que dar más vueltas ni son necesarios mas prolegómenos para indicar que muchos nazarenos, con la túnica, el antifaz, el cincho y las alpargatas, desfilan en procesión, los días de esta Semana Santa, como vienen haciéndolo desde hace no pocos años. E incluso muchos de ellos, antes que llegue la muerte y traiga el postrero desenlace del haber estado y ya no estar (escribió Saramago), habrán dispuesto, en la anticipada declaración de las últimas voluntades, ser vestidos con la túnica de su hermandad para, con esa prestancia fúnebre, estar dispuestos a lo que resulte –nadie ha vuelto para contarlo y solo asisten los relatos de las creencias o de la fe- en el devenir de las postrimerías.

Acompañan los nazarenos a los Titulares de su hermandad, pues la devoción suele figurar, de manera destacada, entre las razones apreciables, más que en las desconocidas o ignotas, con un ritual y casi protocolario trasiego para sacar las papeletas de sitio en las concurridas casas de las hermandades, cuando en la Cuaresma se goza del transcurso de las vísperas. No hay contradicción, por ello, en el gozo penitente, pues uno y otra, el gozo y la penitencia, se acomodan en las disposiciones de la voluntad. La devoción, asimismo, recorre generaciones familiares, ya que todo comienza -o recomienza- cuando los padres acompañan a sus hijos hasta ponerlos delante de las sagradas imágenes de los Titulares de esas mismas devociones, y así, cogidos de las manos los vástagos, conversar con la divinidad, con la trascendencia, bisbiseando oraciones.

Razones hay, entonces, en la creencia, pero asimismo en el singular agnosticismo del “por si acaso”, que suele acrecentarse cuando los años pasan, la vida se apura y cuesta más “situarse” sin la asistencia de un sentido que trascienda la efímera cortedad de los días. La escéptica, dubitativa y respetuosa hermandad del “Por si acaso” no publica boletines de Cuaresma, ni celebra triduos ni quinarios, mas tampoco es belicosa y dada a cambiar el nombre de las cosas, por no aceptar las cosas que tienen su propio e inconfundible nombre. No hay carteles o programas que anuncien, entonces, el equinoccio de la primavera, como tampoco el solsticio del invierno, cerca de la Semana Santa o de la Navidad. Celebraciones religiosas, estas últimas, de sobra señaladas por sus razones propias, ahora sí bien conocidas, que pueden no compartirse, claro está, pero a las que prestar el sencillo y oportuno reconocimiento del respeto. Acaso la hermandad del “Por si acaso” tenga en su libro de reglas este sencillo y virtuoso ejercicio.

En qué pensará, en fin, cada nazareno en procesión, qué disquisiciones se alumbrarán con la reveladora luz de los cirios. Por qué repiten, cada año, una disciplinada estación de penitencia. Cuántos nazarenos acompañan en la procesión, aunque ya no estén. Hacia qué ventanas se mira, bajo el anonimato de la túnica, para buscar a quienes, ya cargados con la cruz de los años, se ponían de pie, porque el alma podía más que las limitaciones del cuerpo, para santiguarse ante las imágenes a que acompañaron antes de morir con la túnica puesta, esa que también lleva ahora el nazareno que llora ante la ventana vacía. Cuestiones indescifrables, las antedichas, pues corresponden a las íntimas disposiciones de cada cual, aunque quienes contemplen la procesión crean disponer de las razones que, muchas veces, ni siquiera la razón encuentra.

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