NI FLORES

Pablo Martínez-Salanova Peralta / Pmartinez@elalmeria.es

O baixinho

HACE unos meses, saltó la noticia de que Romario había sido sancionado por dar positivo en un control de dopaje, por lo que se vería obligado a retirarse del fútbol definitivamente. Conociendo al brasileño podría haber sido cualquier tipo de sustancia, pero fue algo tan sencillo como un crecepelo. De todas formas, lo primero que vino a mi mente fue: "¿Pero este hombre sigue vivo?" Pues sí.

Al más puro estilo Jesulín de Ubrique, Romario ha colgado las botas y las ha vuelto a descolgar algo así como un millón de veces. Que si ahora juego en el Vasco de Gama, ahora en el Flamengo, otra vez en el Vasco de Gama, que si ahora me voy a Miami, para luego volver otra vez al Gama. Finalmente, a los 42 años ha dicho adiós, o eso parece. "Mi tiempo ha pasado. Para mí ya fue suficiente" dice. Y le parecerá poco. Más de un cuarto de siglo jugando al fútbol profesionalmente da para mucho. Y más si llegado el momento de asumir que estás acabado, te montas tu propia película. Es lo que tienen los genios. Su genialidad hace que puedan permitirse el lujo de ser excéntricos.

Él quería mil goles antes de retirarse, y los tuvo. A su manera, claro. De los 1.002 goles que se cuenta, la FIFA le da oficialmente algo más de 930, pero no importa. El es así, y si tiene que contar los goles de amistosos, los de categorías inferiores y aquellos que marcó en una pachanguilla con los colegas, pues se cuentan y punto.

Todo ello no quita que en los 90 fuese aquel gran jugador, aquel que tenía reservado a Alkorta un hueco en la Historia del fútbol, aquel que llegó a pagarle las copas al detective que le puso el Barça para controlar sus salidas nocturnas, aquel que si no salía de noche, no marcaba. Por fin, Romario podrá disfrutar de su merecida resaca.

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