CORRÍAN las 17'30 horas del sábado. Los juveniles del Almería se jugaban el ascenso a División de Honor. Nervios en las familias, los futbolistas, en el Gamba (como cariñosamente conoce el mundo del fútbol almeriense a Pepe, delegado del equipo). Pero los rojiblancos son los mejores en su categoría y vencieron al Motril, como antesala de una gran fiesta. Champán, pasteles, manteos, baños y hasta villancicos formaron parte de la emotiva traca. Como colofón, el veterano Gorri tuvo que refugiarse en su coche para evitar acabar en la ducha con toda la plantilla. La tarde ya iba cogiendo claros tintes almerienses. Pero la cosa no había hecho nada más que empezar. Las calles comenzaron a quedarse desiertas a eso de las 9 de la noche. No se veía el trasiego de otros sábados por las Cuatro Calles, donde tenemos ubicada la redacción. Los almerienses estaban en cuerpo y alma con su equipo que en unos minutos iban a conquistar no Sevilla, si no toda España, que quedó arrodillada ante juego exquisito de un conjunto humilde. Sólo el ruido de la moto que nos traía las pizzas al periódico rompió la concentración de una ciudad, que ya se había engalanado de bufandas y banderas rojiblancas. A las 22 horas, toque de corneta. Comenzaba la campaña en el Ramón Sánchez Pizjuán. Con las ganas de hacerse con un puesto en la élite del fútbol nacional, los jugadores rojiblancos dieron una auténtica lección en el campo del "mejor equipo del mundo" (Del Nido dixit). Almería entera se reivindicó. Como ciudad y como club deportivo. Un equipo de fútbol al que los medios autonómicos y nacionales no concenden la importancia que merece, dio un golpe sobre la mesa. A eso de las 23'27, un seísmo de 9'1-4 en la escala Ritzer azotó España. Los expertos en la materia situaron el epicentro en el corazón de todos y cada uno de los aficionados con los que cuenta el Almería. Las secuelas se dejaron notar el domingo, con la salvación del Almería B. El Puerto de la Mora me espera...