La arquitectura para museos de nueva creación, ya sea de nueva planta o rehabilitación de inmuebles históricos, está instalada desde hace mucho tiempo en el divismo, la tontería, la falta de criterio y el gasto público desorbitado. El recién inaugurado de las Colecciones Reales, junto al madrileño Palacio de Oriente, es un ejemplo más que elocuente, arquetípico y perfectamente representativo de cuanto digo. Se trata de una intervención arquitectónica de nueva planta, mastodóntica y sobredimensionada, que ha tardado un cuarto de siglo en construirse y ha requerido una inversión económica absolutamente disparatada. Un edificio fachada adosado a un corte vertical de terreno y articulado en varias plantas a las que se va accediendo de arriba hacia abajo, que pretenden venderlo como obra modernísima y no es más que un tipo repetido hasta la saciedad en los últimos treinta años, con sus huecos verticales en fachada articulados con paños ciegos del mismo tamaño. Una abstracción tonta y ramplona, mal entendida, de un edificio clásico. Al interior un costillar repetitivo y mareante que ha obligado a cerrar huecos a la luz exterior y llenarlo todo de paneles por delante para poder colgar los cuadros y otras piezas en condiciones aceptables de conservación. El error se repite una y otra vez en esta tipología museística: un arquitecto estrella que va a lucirse ante el gremio, saliendo en las revistas especializadas, y al que le importan un pito las obras que se colocarán dentro, el discurso expositivo y el museológico. En estos días los medios de comunicación han sacado al arquitecto, orgulloso, pavoneándose de su obra, presumiendo de una rampa horrible y tonta, como si fuera la octava maravilla por la altura que tiene y el número de plantas a las que da acceso. Los presupuestos de construcción se disparan porque no hay una planificación conjunta y multidisciplinar desde el principio. Al arquitecto se le da carta blanca para que defeque su cagadita divina, su capricho megalómano sin reparar en gastos. Y después la musealización tiene que crear otra arquitectura interior al completo porque no hay ni tan siquiera paredes para colgar los cuadros y la iluminación entra por todos los sitios equivocados menos por el que tiene que entrar. Es como construir dos veces lo mismo y peleándose entre sí. Lo viví personalmente cuando concurrí al concurso de musealización del edificio de la Aduana malagueña y es el modus operandi habitual y aberrante en la mayoría de los casos de nuevos museos.
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