El primer Greco toledano

El trabajo arquitectónico que desarrolló en este primer encargo es igualmente prodigioso

Hoy sabemos ya que El Greco no vino a España a la aventura, esperando el favor de Felipe II en su Escorial. Vino a Toledo en 1577 desde Roma porque tenía contratado un gran encargo con el deán de la catedral, Diego de Castilla, con destino a la nueva iglesia del convento de Santo Domingo el Antiguo. El deán levantó este nuevo templo bajo proyecto de Juan de Herrera para que fuese su futuro panteón, y a través de su hijo Luis –que vivía en Roma y era amigo del cretense- encomendó a El Greco la traza de los tres retablos y sus ocho pinturas. Es el primer encargo de gran importancia en su carrera y el artista no lo desaprovechó. Los cuadros son un milagro, un logro portentoso y la constatación de una metamorfosis alucinante, que hace del pintor un caso único en la historia del arte. De repente, El Greco pasa de ser un pintor segundón a colocarse entre lo mejor de la Europa de su época, supera a los grandes manieristas venecianos, de quienes había aprendido, y alumbra un estilo personalísimo, único, que debió de impactar a sus contemporáneos. Pasó de ejecutar pequeños lienzos de devoción a orquestar en este encargo varias composiciones de gran tamaño con un poderío antes desconocido y una prodigiosa capacidad de invención. Se habla mucho de su pintura, pero el trabajo arquitectónico que desarrolló en este primer encargo es igualmente prodigioso. Los tres retablos que diseñó –y que Bautista Monegro ejecutó a regañadientes- son de colosal traza, a la italiana, con una magistral y personal asimilación de Palladio y Miguel Ángel. Especialmente el retablo mayor, con sus dos cuerpos apilastrados, su frontón curvo y su simplificación formal, sin apenas decoración, todo ello dorado en esa iglesia tan blanca y luminosa, debió de resultar muy novedoso en Toledo cuando se presentó en 1579 al público. Nunca se había visto en España algo así. Y los cuadros, grandes lienzos con figuras de tamaño mayor que el natural y poderoso diseño, de colores encendidos en ropajes y fondos, casan perfectamente con la claridad visual de la arquitectura retablística, conformando un todo verdaderamente espectacular que conmocionaría a los fieles y a los intelectuales de la ciudad. Gracias a ello el Greco cayó bien en Toledo y asentó pronto su fama. Cuando pensó años después en su tumba, decidió enterrarse también en Santo Domingo el Antiguo, el lugar que le había dado su primera oportunidad.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios