Provincianismo cultural

Los más patéticos son los que hacen pública manifestación de sapiencia

Eentre las diferentes acepciones peyorativas que entraña el calificativo “provinciano”, las primeras suelen emplearse para calificar a las gentes del ámbito rural, de los pueblos o pequeñas ciudades, con respecto a las que viven en las capitales de provincias o grandes ciudades y se les presupone una mayor amplitud de miras o, cuando menos, ciertos hábitos más aperturistas o, si se quiere, cosmopolitas. Subiendo un escalón más –y quizá sea ésta la más extendida acepción hoy-, se diferencia entre los habitantes de las capitales de provincia, especialmente las menos pobladas, y los que viven en las grandes urbes, calificando a los primeros de retrógrados, desfasados y ombliguistas, cuando se les etiqueta de provincianos. El ser provinciano viene a ser, por tanto, sinónimo de paleto, indocto y chovinista. El chovinismo es, de todos los aspectos y caracteres inherentes al provincianismo, el más definitorio e identificable; la señal inequívoca de encontrarnos de frente con el problema. El provinciano chovinista es una especie superabundante en todo tipo de territorios, no solo los más despoblados; más bien es arquetípico de lugares apartados geográficamente o de difícil acceso, también de aquellos que son el final de un largo camino y nunca fueron zonas de paso habitual. Lugares a los que no se suele ir y de los que no se suele salir; ámbitos sembrados para la endogamia, el narcisismo y la autocomplacencia. Este chovinismo afecta a todo tipo de individuos, independientemente de su profesión o quehacer; más bien se asocia a la cortedad intelectual y a la ignorancia. Pero resulta asombroso constatar que, entre todos ellos, los más patéticos son los que hacen pública manifestación de sapiencia y pertenecen al grupo de las gentes de la “cultura”. Personajes que consumen décadas y décadas de sus aperreadas vidas dando vueltas a los mismos clichés y consignas intelectuales que parten de premisas falsas, sin producir nada nuevo o válido, nada de verdadera universalidad. Gastan el tiempo en convencerse y convencer a los demás de que fuera no hay nada superior a lo de dentro, de que lo más excelso del talento está entre ellos y de que no es necesario conocer y gastar más allá de las murallas. Se retroalimentan entre ellos y se vuelven rabiosos cuando la verdad amenaza sus frágiles atalayas y su impostura empieza a desvelarse; en ese punto sacan sus ridículas artillerías y resulta enternecedor ver la raquítica –cuando no irracional- estatura de sus discursos argumentales.

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