Botero, cuerpo glorioso

Las redondeces de Botero pudieran referirse con facilidad a la carne gloriosa, a la pintura espléndida y vibrátil de Rubens

Muerto Botero, pintor singularísimo, uno quisiera hablar, naturalmente, de aquellas redondeces, de aquella carnalidad triunfante y apacible con que ocupó su obra; pero también, y en mayor modo, del linaje pictórico que escogió el colombiano, y que no es otro que la gran pintura renacentista y barroca en la que el cuerpo adquiere un grave protagonismo. Es ahí donde se recoge, al completo, el drama humano. Ya sea en la hora cenital de Rafael y Miguel Ángel, ya en el estrépito y la sangre de Caravaggio, ya en la opulencia vívida y carnal de Rubens, del XV al XVII el arte ha frecuentado, también entre sombras, la totalidad de sus mitos. Y son estos mitos, esta forma precisa y colorida de atender a la aventura del hombre, la que Botero aplicó, con aparente frivolidad, sobre la actualidad del mundo.

Las redondeces de Botero, pues, pudieran referirse con facilidad a la carne gloriosa, a la pintura espléndida y vibrátil de Pedro Pablo Rubens. Sin embargo, las curvas de Botero parecen más una argucia estilística, un útil de caricatura, que una apelación a la sensualidad. En este sentido, Botero está más cerca de Holbein o Caillot, de la violenta desmesura de Rabelais, en cuanto que eficaces deformadores de lo real, que de un mero sensualismo que remite a la trepidación de los cuerpos. Ese es, probablemente, el sutil hallazgo de su obra. El traslado a una apariencia inocua, oronda, un tanto inmóvil, de una realidad cruenta. Con esta veladura, con esta infantilización del mundo, Botero retrató la tortura y el crimen, el color y la tristeza de los circos, el rito ancilar que une al torero con el toro. También el tedio burgués o el ocio vagabundo. Pero siempre, o casi, acudiendo a la densa iconografía de la que fue heredero. Esto implica que cuando Botero pinte los cuerpos torturados de Abu Grhaib, lo hará barajando la vieja horma del Ecce Homo, del Bautista, del Cristo flagelado; y en consecuencia, lo hará al amparo de un plural magisterio: Ribera, Gentileschi, Piero della Francesca, etcétera.

En tal sentido, Botero fue el continuador figurativo, pero no realista, de una tradición cuyo problema, cuya ocupación radical es el mundo. Recordemos que Botero pinta después del melancólico viaje a la abstracción, lo cual no es, en absoluto, aleatorio. Puede sospecharse, entonces, que tanto la corpulencia de sus figuras, como el hermoso colorido del que hizo uso, no fueron sino una forma de subrayar y macizar el prodigio acerbo, la caricia ondulante de la vida.

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