La vicepresidenta de Alternativa para Alemania (AfD), frau Alice Weidel, ha declarado al Financial Times que, si gobierna, promoverá un referéndum de salida de UE, similar al Brexit. Esto es, un Dexit. Alternativa para Alemania es un partido de ultraderecha nacionalista, como Junts; y como Junts tiene muchas reservas sobre la utilidad y pertinencia de la Unión Europea. La historiadora norteamericana Anne Applebaum, declaraba hace unos días que, con la amnistía, se estaba perdiendo la oportunidad de investigar el papel de Rusia en el procés. Asunto este que el parlamento inglés ya denunció, cuando el Brexit, y que en Alemania quizá deba plantearse como probablilidad, en absoluto descabellada. ¿Que haría la UE –qué haría Ucrania–, con una Alemania en crisis y una Europa en proceso de demolición, por obra y gracia de los provincianismos, fomentados convenientemente?

Por supuesto, los provincianismos tienen su razón de ser. Ahí tienen la abultada sobrefinanciación de País Vasco y Navarra que ha vuelto a recordar Fedea. El nacionalismo fue una vigorosa epidemia que atravesó el XIX, pero cuyo fundamento se halló en el XVIII, y cuyos resultados más escalofriantes (bien lo saben los alemanes), se dieron en el XX. En el XXI, esta funesta congestión del pintoresquismo, de cariz xenófobo y racista, sigue dando excelentes resultados electorales, siendo así que hoy se llama progresistas a las formaciones retrógradas, de izquierdas y derechas, cuya raíz última sigue siendo, como entonces, “la tierra y los muertos” de Maurras. Esto es, sigue dándose un concepto entre patrimonial y biológico, mezcla de ameba y bien mostrenco, del individuo.

También existió la sospecha de una intervención rusa en las elecciones norteamericanas de hace unos años. Lo cual nos lleva a recordar, una vez más, la pervivencia de un Gran Juego, que en el XIX se jugaba entre el imperio británico y el imperio ruso, y hoy se juega, por ejemplo, contra Europa (Los imperios contra Europa era el título de un ensayo bastante ingenuo de Règis Debray, escrito contra la política de bloques de los 80). Pero, claro, una Europa jibarizada y revertida en tribus, como sueñan nuestros castizos vascos y catalanes, principalmente, sería una mala noticia para los europeos, convertidos en adversarios débiles y maleables de las grandes tiranías del globo. Por iguales motivos, una España parcelada, insolidaria, que privilegia y se inclinada hacia sus fuerzas disolventes, no es la mejor de las Españas.