El señor naranja

Aquí en España también tenemos un golpista vuelto a la vida y al rodel político por gracia y obra del presidente Sánchez

Como saben, Donald Trump es un señor naranja que acaba de ganar las primarias de su partido y se dispone a disputar la presidencia de su país al candidato demócrata. Es el mismo señor Trump, algo más decolorado, cuya vinculación con el asalto al capitolio, en enero de 2021, esto es, cuya relación con un pronunciamiento golpista, parece fuera de dudas. A pesar de ello, o precisamente por eso, el señor Trump se halla en trámite de ocupar, nuevamente, la Casa Blanca.

Aquí en España también tenemos un golpista vuelto a la vida y al rodel político por gracia y obra del presidente Sánchez. Gracias a las modestas ambiciones de don Pedro, el entrañable golpista, señor Puigdemont, ahora manda una barbaridad en los asuntos de un país que deplora (léase España), siendo así que el notorio delincuente señor Turull, hoy indultado, quiso advertir al Gobierno de que si no hay referéndum, se acabó, c’est fini, “colorín, colorado”, a otra cosa, volvoreta. Lo cual implicaría, oh fatalidad, el término de este Gobierno de progreso. Pero también, y ahí viene el matiz, el probable fin de una formación en declive como la del señor Turull. El hecho de que el señor Puigdemont se peine como un Beatle no sabemos si ha tenido repercusión en sus últimos triunfos políticos. Sí podemos aventurar que la coloración naranja, entre batata y zanahoria, que el señor Trump exhibe, no le ha restado méritos en su carrera política, y acaso encierre algún guiño agropecuario, un tierno mensaje en cifra, destinado a cautivar a la América profunda que, en apariencia, representa. Recordemos que el señor Johnson también llegó al primer ministerio de su país con un discurso similar, en términos de chauvinismo y populismo, basado en su particular“Europa ens roba”.

Que el señor Milei también se haya centrifugado el pelo a lo Johnson, y que haya hecho reiteradas alusiones al psicoanálisis, el sexo tántrico y otros divertimentos próximos al acervo popular argentino, nos indica que su éxito no obra al margen de la política populista. En esta hora de los extravagantes, sin embargo, lo significativo no es el corte de pelo que los singulariza, sino aquello que pudiera simbolizar su gesto. En el caso de Trump, cierto ideal autocrático, embutido en la desmesura. En el caso del señor Sánchez, resucitado como Trump, pero sin su inclinación a la excentricidad indumentaria, un personalismo sin fin, ayuno de cualquier trascendencia. En lo que atañe al señor Puigdemont, un cruce de Vifredo el Velloso y coracero carlista, que sueña con la purificación de su terruño.

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