Félix Alonso Arena

Félix ha alumbrado disciplinadamente obras extraordinarias, muy meditadas y sin retórica

Coincidiendo con la recogida de obras con destino al museo del Realismo que muchos artistas y coleccionistas están prestando para la colección permanente, he tenido la ocasión -por fin- de conocer al entrañable artista asturiano Félix Alonso Arena en su hábitat natural, una preciosa casa de un siglo de antigüedad en Sevares, junto a la carretera que discurre por el concejo de Piloña, pequeño valle entre montañas a caballo entre los Picos de Europa y el Cantábrico, mágico como una invención, de verdes húmedos animados por el río Sella. Visitando el lugar, trufado de encantadoras casitas entre pinos y eucaliptos, he comprendido el motivo por el que muchos artistas renunciamos a las grandes urbes y sus posibilidades de famas y laureles en favor de un contacto permanente con la más intensa y turbadora belleza. Félix tiene ya noventa y dos años y continúa trabajando como desde hace décadas en la tierra que le vio nacer. Tras su paso muy jovencito por Artes y Oficios de Oviedo, marchó a Madrid para matricularse en San Fernando. Allí conoció a un Antonio López de trece años en los ejercicios de dibujo de estatua del natural en el Casón del Buen Retiro, cuando se preparaban así para superar la prueba de acceso a la facultad. Antonio recuerda emocionado que fue el primer amigo que tuvo en Madrid y desde el principio se percató de las grandes facultades del asturiano. En muchas ocasiones me ha confesado que cuando vio por vez primera al jovencísimo Félix dibujar estatua, se quedó “bizco”. Los ojos se le iban y se le venían. Tras finalizar sus estudios en Madrid y algún viaje becado por Italia, Félix se volvió a su tierra, ocupando en los setenta plaza de profesor de modelado en la Escuela de Artes y Oficios de Oviedo, llegando a ser catedrático de la misma disciplina. De entonces a acá ha realizado más de veinte monumentos públicos en el Principado, varias exposiciones de pintura, dibujo y escultura, y no ha parado de trabajar, aislado y emocionado. Pintor y sobre todo escultor de militancia realista, de fina sensibilidad y depurada técnica, Félix ha alumbrado disciplinadamente obras interesantes, muy meditadas y sin retórica, entroncando así, en cierta forma, con la poética de los realistas madrileños. Para el Museo del Realismo ha cedido cinco obras, entre las que figuran un par de dibujos de juventud verdaderamente extraordinarios, que se aúpan a la altura de un Balthus -Antonio dixit- y dos esculturas refinadísimas que enlazan el último art decó del mejor Capuz con el realismo conciso de Paco López.

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