Vivir en los extremos

No es fácil adivinar las ventajas de gobernar apoyado en los más variopintos gregarismos

Para esta misma mañana estaba prevista la reunión de los señores Feijóo y Sánchez, aspirantes ambos a presidir el Gobierno de la nación, sin que quepa esperar mucha novedad del cónclave. El señor Sánchez ya tenía pensado gobernar con todas las fuerzas elusivas e inhóspitas que por España medran. Tanto es así, que incluso se ha creado una nueva categoría política, el golpista de progreso, encarnado en el señor Puigdemont. Por su parte, el señor Feijóo también da por hecho este deslizamiento hacia el extremo, y busca sin demasiado éxito los apoyos del PNV o del propio solitario de Waterloo, a través de su extensión parlamentaria. Ni Sánchez ni Feijóo se ven de apoyo el uno del otro.

Esta deriva centrífuga, tediosa y contraproducente, no anda exenta de puerilidades. Por ejemplo, el señor Echenique, azote de cualquier injusticia, ya ha dicho que los jueces son “Rubiales con toga” por la abundante suelta de delincuentes sexuales que ha propiciado la llamada ley del sí es sí. Pero claro, si los jueces son “Rubiales” por aplicar la ley; qué serán entonces quienes la idearon, dicho sea sin ánimo de señalar al partido del señor Echenique o al propio don Enrique, hoy felizmente regresado a sus probetas. Por otro lado, los adorables chicos de la CUP ya han sido puestos en libertad con cargos, después de descalabrar a algún peligrosísimo ciclista a su paso por Barcelona. A la salida de su cautiverio, hemos sabido que tales héroes querían esparcir 400 litros de aceite para que no quedara ciclista sin herida ni hueso sin fractura. Todo lo cual nos lleva al precio del aceite y a un fácil cálculo aritmético: 400 litros de aceite, aunque sean de orujo de oliva, convertidos en euros, resultan un tesorillo que hubiera podido invertirse de mejor modo. En algún documental del señor Évole, sin ir más lejos.

No es fácil adivinar las ventajas de gobernar apoyado en los más variopintos gregarismos. Y desde luego, no es esperable que de esta cenefa de minorías pueda salir algo parecido al bien común. El episodio de la CUP, una fuerza irrelevante, acaso tenga su gracia, porque siempre es divertido ver a niños bien jugando a revolucionarios. Pero ignorar a una corpulenta masa de españoles que no quiere medrar a costa del vecino, ni ajustar la ley a la necesidad del delincuente (ni, desde luego, descalabrar ciclistas), tampoco parece muy razonable. ¿Qué obstáculos insalvables son estos que nos llevan a gobernar con los extremos? Y ya en la encrucijada, ¿cómo se justificará el olvido de quienes no quieren vivir contra nadie?

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