De estética dionisíaca

La necesidad de saber científicamente anula la sabiduría dionisíaca y relega el mito

Cuando el Romanticismo se había desarrollado y expandido ampliamente y casi tocaba a su fin dejando el testigo a los estilos que, desde finales del XIX y principios del XX, allanaron el camino de las mal llamadas vanguardias históricas, un joven Nietzsche iba conformando las bases de su rico y provocador mundo filosófico y estético. En 1870, como preámbulo a su gran ensayo primerizo, “El nacimiento de la tragedia”, el joven filólogo pronuncia dos conferencias que levantarán ampollas en su círculo universitario más cercano, “El drama musical griego” y “Sócrates y la tragedia”. En ellas coloca el mítico culto a Dionisio como el origen del drama musical griego. El culto dionisíaco es para Nietzsche la vida misma, con sus misterios y durezas, con sus monstruosidades y abismos, anterior a la misma civilización y sus normativas. La sabiduría dionisíaca supone la aceptación de la crueldad y lo oscuro de la vida. La tragedia griega, por tanto, es para él la expresión más auténtica y depurada del arte antiguo; en ella se manifiesta la vida y la naturaleza como una verdad sin cortapisas, y la contrapone a la decadencia del arte moderno: “Todo crecer y devenir en el mundo del arte tiene que producirse en la noche profunda… la degradación de las artes modernas está en no haber manado de tales fuentes misteriosas”. Nótese que el planteamiento es prácticamente idéntico al de Goya en su célebre informe de 1792 a la Academia de San Fernando; hay que mirar a la naturaleza y a la vida, que son la verdad, para hacer un arte verdadero. Igualmente, podemos retrotraenos hasta los presocráticos para encontrar en lo heraclíteo una visión similar. Y ya en el siglo XX, la visión heideggueriana de lo estético es igualmente coincidente: el arte es la única forma de conocimiento posible y verdadero, capaz de desvelar la verdadera esencia del ser. En la forma expresiva de la tragedia griega, distingue Nietzsche entre la música y la palabra, dando primacía artística a la primera, pues nace expresamente del instinto y la sabiduría dionisíacas. El paulatino predominio de la palabra en la escena supone para Nietzsche el fin de la tragedia griega en pos de un racionalismo ajeno a la profundidad del ser y del hecho artístico. Y coloca a Sócrates y su dialéctica como responsables primigenios de la muerte del arte auténtico y de un saber sin sabiduría. La necesidad de saber científicamente anula la sabiduría dionisíaca y relega el mito y el arte a la insignificancia. Es un cambio cultural que llega hasta hoy

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