El griego español

La forma de pintar del griego recién venido debió de causar una gran impresión

Aprincipios del siglo XX, en el ámbito intelectual de la Generación del 98 y de la Institución Libre de Enseñanza, se descubrió y valoró definitivamente la figura del Greco. Cossío, Zuloaga o el marqués de la Vega-Inclán fueron personajes decisivos en este empeño. Se trazó entonces una imagen del artista que ha perdurado hasta hoy, como el gran iniciador de la escuela española moderna de pintura, místico y representante de la espiritualidad castellana. Un griego que, al llegar a Toledo venido de Italia, experimenta una metamorfosis inaudita y penetra en la esencia del ser español más auténtico y arquetípico. Pero la documentación y noticias aparecidas desde entonces sobre el cretense desmienten en buena medida esta visión. Es muy difícil, por ejemplo, establecer parentescos entre su obra y la de los literatos místicos del Renacimiento español, pues en su biblioteca, que ha podido reconstruirse, no hay la menor presencia de estos. La clave para entender el fulgurante inicio del Greco en tierras españolas es su ascendencia formativa en Venecia. El artista había marchado de su Creta natal, donde era un simple pintor de iconos, a la Venecia de los grandes maestros, para poner a prueba su ambición y aprender allí el gran oficio. Pasó por el taller de Tiziano y adquirió su manera libre y colorista de pintar. Al mismo tiempo, no abandonó nunca una cierta planitud estética, una bidimensionalidad heredada de su bizantina etapa cretense. En España, apoyada desde la corte de los Austrias, la escuela más prestigiada era la veneciana. Felipe II era el mayor coleccionista de Tiziano de toda Europa. Sin duda, la forma de pintar del griego recién venido debió de causar una gran impresión, pues tras los primeros encargos toledanos para la catedral y Santo Domingo el Antiguo, el rey le encarga el San Mauricio para el Escorial. A ello ha de sumarse, como factor coadyuvante, el ya citado bizantinismo conservado en su estética, que sin duda cayó muy bien en el contexto estilístico de las iglesias tardomedievales o renacentistas platerescas de Castilla. Observando estos días sus retratos cotejados en la exposición de la Frick en el Prado con los de Velázquez y Goya, no cabe duda que el Greco inaugura en España una forma nueva de pintar que marcó a estos maestros posteriores. La continuidad plástica, técnica, estética y conceptual en todos ellos es tan marcada como para usar la denominación de “escuela”. En ese sentido, los intelectuales del 98 si acertaron de pleno.

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