De todo lo que le he escuchado a Sánchez en los últimos tiempos, lo más desesperanzador es su intención de levantar un muro contra la derecha. El muro –todo muro ideológico– significa separación, enfrentamiento, fanatismo e intolerancia. La ausencia de crítica o autocrítica, propósitos del amurallamiento, supone cercenar desde la raíz toda expectativa de diálogo, toda posibilidad de convivencia.

Los muros, o sus homólogos los cordones sanitarios, además de antidemocráticos y sectarios, jamás han sido progresistas. El verdadero progresismo, que vivió España durante décadas, es aquél que procura un avance con la colaboración de todos, con la aportación de diferentes fuerzas para consolidar una democracia plural y abierta. Esto ha reventado con la visión bipolar de Sánchez, con la exclusión inquisitorial de millones de españoles.

Para edificar su fortaleza y bloquear la alternancia, Sánchez ha necesitado ladrillos de muy diversa procedencia. Los primeros y principales del propio PSOE, lo que no descarta que una parte de sus seguidores acaben extramuros. Junto a ellos, y como segundo proveedor destacado, los comunistas, ocultos en Izquierda Unida y éstos, a su vez, enmascarados en Sumar. Los cinco ministros comunistas del nuevo Gobierno así lo refrendan. Es el comunismo rancio de toda la vida, el que niega el genocidio estalinista y se maravilla ante el “paraíso” cubano. Protagonistas también, y primordiales, los ladrillos que acercan los proetarras de Bildu, todavía con Otegi al mando y sin haber esbozado siquiera un gesto de arrepentimiento sincero por tantas nucas reventadas. Arrimando el hombro igualmente, la fábrica catalana. De una parte, los políticos condenados por sedición y malversación. Partidos como ERC, racista y separatista, cuyos orígenes históricos y programáticos son más que dudosos. Y de otra, Junts, la ultraderecha catalana golpista, con el prófugo Puigdemont trasformado en piedra angular. Y, al fin, el PNV, otra derecha arcaica que aún sigue homenajeando a Sabino Arana, un sujeto de actos y pensamientos detestables.

Estos son los materiales. Y la argamasa imprescindible, la provocación que interesadamente agranda y agrava la grieta, y la propia ambición personal del líder supremo, que no abjura de promesas incumplidas y mentiras flagrantes. Un muro de vergüenza que, al dejar fuera a media España, destroza el carácter democrático y el espíritu constitucional de nuestro país.

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