El sombrero de Napoleón

El fetichismo puede explicar tanto desviaciones sexuales como licitaciones mayúsculas en la puja de una subasta

Napoleón no es, propiamente, un fetiche, salvo para quienes le atribuyan poderes sobrenaturales y lo conviertan en objeto de culto, ya que inacabado estará siempre el libro de los gustos y abierto el catálogo de las devociones. Cuestión distinta es que el emperador francés practicara el fetichismo, probablemente con prendas de su esposa Josefina, al parecer insatisfecha de sus íntimas relaciones napoleónicas. O que Napoleón provoque fetichismo en tan gran medida como para pagar cerca de dos millones euros por un sombrero de los muchos que tuvo a fin de componer su indumentaria. En este caso, el fetichismo no resultaría de una rijosilla desviación sexual, sino debido a una veneración excesiva por el general del ejército francés, y expresa en la puja de una subasta. Ridley Scott no ha dejado pasar, por ello, el atractivo del personaje histórico, aunque la película que se estrena mañana, Napoleón, no parezca, precisamente, del todo respetuosa con la historia. Poco habrá que reprochar, dada la aceptación de las novelas históricas, con sus recreados argumentos, pues la ficción suele superar a la realidad y hacerla más llamativa o sugerente. El vínculo entre Napoleón y Josefina daría sentido de sobra al guion, al revelar que, escondidas por el desenvolvimiento más visible de un hombre poderoso, se encuentran destemplanzas y contrariedades propias de la inmadurez. Acaso el fascinado enamoramiento de la primera impresión arrebate la sesera, puesto que Napoleón, casado, seis meses después de conocerla, con Josefina y en pocos días ido hacia Italia para una campaña bélica, le escribía continuamente -incluso dos veces al día- cartas de arrebatada pasión y con adornos lujuriosos. Mas ella no consolaba su soledad con el recuerdo de su esposo, desvelada por la suerte de este en las batallas, sino con otras compañías de ocasión, repartidas entre un numeroso elenco de amantes notorios. Así hasta que Napoleón conoció las aireadas aficiones de su esposa y la abandonó, aunque de buenas maneras y con la excusa de procurar el heredero que no pudo tener con ella. Un despecho, más que el desamor, porque el general, de su segundo matrimonio, decía haberse casado con un útero. No es para quitarse el sombrero, pero hay quien paga una fortuna por el de Napoleón.

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