El teatro de Nerón

Es recomendable el ejercicio de pensar en los hechos o las conductas con que cabe a los prebostes pasar a la historia

Que a un emperador romano le gustaran la poesía, el canto y las artes escénicas no debe extrañar, pero, si se trata de Nerón, acaso se expliquen tales aficiones desde el trastorno de su raciocinio. Acaba de hallarse en Roma, tras unas excavaciones en las obras para la construcción de un aparcamiento, muy cerca del Vaticano, el fastuoso teatro donde al emperador le gustaba actuar, recitando poemas o afinando su canto, allá por el siglo I d. de C., hace más de dos milenios. Si con la historia contemporánea, y posmoderna, cuesta convenir o cerciorar qué ocurrió anteayer -es una forma de decir, mas no se aplique a las elecciones generales del domingo pasado-, bastante más si se trata de lo sucedido dos milenios atrás, aunque Plinio, Suetonio y Tácito -¿quiénes serán los grandes cronistas de hogaño?- se afanaran en dejar testimonios de lo que entonces acontecía. A Nerón, por otra parte, no le faltaron asesores distinguidos -acertar con estos, sin tenerlos a bulto, a modo de aduladores, no es mala cosa-, como Séneca, si bien este acabó pagando con su vida, acusaciones de conjura mediante, los servicios al desquiciado Nerón, como justificar la muerte que dio a su madre, Agripina.

Nerón también aparece como prototipo de la maldad y de la vesania, aunque las disimulara con el toque la de lira, y por su inclemente e implacable persecución de los cristianos. Además de señalarse, sin evidencias concluyentes, su intervención en el gran incendio que destruyó Roma. Apuntes históricos, estos, sin más propósito que el de advertir de qué manera los grandes prebostes -y también los medianos y pequeños- pueden pasar a la historia y ser recordados allende los milenios. De ahí que interese el ejercicio de pensar -no debiera oxidarse o descuidarse, hasta resultar impracticable o equívoco- de qué manera cabrá recordar a quienes, en esta posmodernidad anodina, puedan pasar a la historia. Sin que hagan falta tropelías neronianas ni obras fastuosas, sino algunas disposiciones o ejecutorias significativas, dignas de reconocimiento, con las que, al menos, no quedar en el agujero negro del olvido, en el cuaderno en blanco de la desmemoria. Cuando no se trate de la desaprobación, otra forma de adquirir notoriedad, aunque esta sea repudiable. O de la excentricidad que, por cierto, no es lo opuesto al centrismo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios