Equinoccio feliz

La felicidad es materia del afán de cada día, bastante más que el ostentoso propósito de un día internacional

El equinoccio de la primavera coincide con el Día Internacional de la Felicidad. El primero, el equinoccio, tiene una evidente razón astronómica, ya que corresponde a uno de los dos momentos de cada año en que, por encontrarse el Sol sobre el ecuador, la duración del día y de la noche es la misma en cualquier lugar de la Tierra. Así sucede del 20 al 21 de marzo, como inicio de la primavera, y del 22 al 23 de septiembre en el caso del otoño. En tanto que “el día de” es una convención de la Organización de las Naciones Unidas, sujeta a criterios a veces discrecionalmente caprichosos, adoptada el año 2012, por la que se decide que el 20 de marzo pase a ser uno de esos tantos días universales, asignados a muy variopintas causas -en un santoral alternativo- que, a la postre, acaban por ser olvidadas antes de que acabe precisamente el día en que se celebran.

Como la primavera no tiene carácter religioso, es infrecuente desear un feliz equinoccio, sino una feliz primavera o, en su caso, unas felices fiestas primaverales, de modo que se asocie el equinoccio astronómico con la felicidad deseable. Incluso se formula un índice de Felicidad Nacional Bruta que prevalezca sobre el Producto Nacional Bruto, para que el crecimiento económico, pretendidamente más inclusivo, equitativo y equilibrado, promueva, sobre todo, la felicidad y el bienestar de los pueblos. Nada puede contraponerse -salvo por efecto de la infelicidad- a tan loable empeño, por más que evoque el hippie eslogan del Flower Power, si bien este, inicialmente, fue más propio de la no violencia.

Aceptada sea, entonces, la incuestionable causa de los equinoccios, pero póngase en cuestión la razón de proclamar un día internacional, como tantos otros, a la causa de la felicidad, porque la grandilocuencia conmemorativa no se corresponde con significativos resultados apreciables. Más bien debería considerarse que la felicidad, como tantos otros valiosos estados del ánimo, no se hace presente por mor de las agendas económicas o políticas -aunque influyan, claro está-, sino a causa de disposiciones cotidianas, ordinarias, sencillas, que aminoran los tropiezos, los quebrantos y el desaliento. Y eso es materia del afán de cada día, que no de un ostentoso, pero pronto desinflado, día internacional.

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