Reirse de uno mismo

Aprender a reírse de uno mismo no resulta nada fácil, pero, adquirida tal capacidad, asiste el sentirse más libre

Si reírse, en muchas ocasiones y por causas variopintas, no está al alcance de la voluntad o de la disposición, cuánto más inalcanzable debe ser reírse de uno mismo. Aunque hacerlo se considere un recomendable ejercicio para lograr la paz interior. A tal fin, también parece que ayuda el autoconocimiento, si bien el resultado puede ahuyentar y, entonces, cueste aplicarse a conocerse porque asuste constatar, ahí es nada, cómo somos. Además, si conocerse uno mismo resulta de una mirada hacia el interior, de una introspección peliaguda, “autoaceptarse” es igualmente difícil, de no gustarnos, antes, cómo somos.

Ahora bien, adquirida la capacidad de reírse de uno mismo, no hay juicio u opinión de otros que haga mella y, como consecuencia, asiste una confortante sensación de libertad. La misma que se alcanza cuando, aunque condicione intensamente el “deber ser”, a partir de lo que otros esperan o de las expectativas que tengan del interfecto, este haga preponderar y se afirme en lo que realmente es. De lo que resulta otra ventaja del saber, o del haber aprendido, a reírse de uno mismo: igualmente reírse, por ello, de las limitaciones y los errores propios; aceptarse como persona incompleta o imperfecta, y, sobre todo, no dejar de ser fieles a la también propia identidad. En definitiva, en lugar de ser nuestros más severos jueces, aplicándonos correcciones y castigos sin miramientos, más conviene administrarse, sin racanería, la benevolencia y la disculpa. Incluso es necesario el buen rumor, no solo como cooperador necesario del reírse, sino como recurso para afrontar las cosas tal como resulten; particularmente, si no son del modo pretendido o esperado.

La risa, al cabo, como terapia –risoterapia-, por más que las expresiones del rostro o las muecas de la cara parezcan ajenas a las manifestaciones de la sonrisa y del todo desacostumbradas a tener como destinario, justamente, a quien se ríe... de sí mismo. No se trata, entonces, de perderse el respeto, como tampoco de adoptar un conformismo autocomplaciente, sino de un hábito nada fácil de adquirir, ya que, si se acepta que nadie conoce a nadie, habrá que aplicarse a conocerse uno mismo, con el propósito de alcanzar la genuina libertad que libra de los condicionamientos, sean propios o ajenos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios