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Imagen. / Antonio Lao

Irse con la música a otra parte no resulta de una invitación agradable, sino más bien es una coloquial manera de reprender, de despedir a quien viene a incomodar o con impertinencias. Puede imaginarse que estos músicos no han sido despachados de ese modo, sino que ellos mismos, por su condición propia, la de músicos, han decidido llevar la música a la calle, fuera de los habitualmente reservados escenarios en que suena y se interpreta, haciéndola, entonces, ocasionalmente callejera. Si, además, reciben alguna recompensa, en forma de aplausos o monedas, a los músicos cabrá regocijo y a la pasajera audiencia la oportunidad de manifestar reconocimiento. En este auditorio callejero, donde tantos ruidos inarmónicos se suceden en la partitura de los días, la cuidada interpretación de estos músicos debería concitar la atención de los reclamos artísticos, en su distinta naturaleza y condición. Hasta los instrumentos, fuera de los espacios característicos, abandonan su conjunción en la orquesta y se hacen más singulares, así dispuestos en la calle, cual cuarteto urbano. La música clásica, en fin, precisamente por su intemporal vigencia, también mantiene su permanente atractivo, aunque se interprete de puertas afuera, sobre el acerado de una plaza, donde se invita a disfrutarla, si bien sea al paso.

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