Prohibido comer judías

Se echan en falta los sabios, incluso aunque, en una conjunción peculiar, reunieran genialidad y desvarío

En este tiempo posmoderno y comodón -también cabría decir hedonista, si el placer se hace fin principal de la vida- no es fácil encontrar sabios. Por eso se echan de menos los genios que, hace no muchas décadas, alumbraban el discernimiento y eran un faro que daba luz a la inteligencia y la conducta. Incluso cuando tales genios reunían sabiduría y locura en una conjunción peculiar, que reclamaba por tan atractiva confluencia. Proliferan hogaño, más bien, los listos, cuyas cualidades no son producto de una inteligencia genuina, sino de la habilidad para sacar beneficio o ventaja de cualquier situación. Con solo prestar algún interés a los noticiarios, a las “perlas” de las redes sociales o a los frívolos relatos de las revistas de entrepierna, puede reunirse un variopinto elenco de listos que son a los sabios lo que los diablos cojuelos al maléfico Satanás.

Ante esta menguada presencia de genios contemporáneos, asiste, como en tantas otras situaciones, la sabiduría de los clásicos. El filósofo y matemático griego Pitágoras, cuya vida trascurrió en el siglo VI a. C., puede ser buena muestra. La memoria de los estudiantes ya metidos en años hace recitar su teorema con una escueta fórmula: la hipotenusa al cuadrado es igual a la suma de los dos catetos al cuadro, considerado un triángulo rectángulo. Y acaso mejor sea no preguntarse qué entenderán los pipiolos de hoy por “catetos”. Pues bien, Pitágoras atribuyó un carácter místico a los números y sostuvo que la armonía del universo se basaba en ellos. Bastaría esto para acompañar de desvarío su sabiduría, aunque tampoco debe tenerse como dislate esa relevancia atribuida a los números y sus combinaciones. Sin embargo, otra firme convicción pitagórica, la de la reencarnación de las almas, es más propia del fantasioso catálogo de las quimeras. O de las disparatadas prescripciones, ya que la doctrina pitagórica prohibía terminantemente el consumo de judías. La razón era que, si se dejaba depositada una judía en una tumba nueva y se cubría después durante cuarenta días, la alubia tomaba forma humana. Luego en Pitágoras se reúnen, de modo prototípico, la inteligencia y la necedad. Aun así, su sabiduría recorre los milenios y atrae un principio fundamental: “Todo es número”. Por más que no pocos listos lo apliquen solo a los números contantes y sonantes.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios