La yuca amarga

Cuando el estómago está vacío y deprisa se apresura a vivir acaeciendo sobre el cielo de la boca un nombre

Cuando la yuca amarga es lo único que tiene un pueblo para echarse a la boca, como cuando ni siquiera una hogaza de pan se tiene para poder uncir los labios proletarios que proclaman el nombre de todos los hombres, es difícil acometer así una revolución.

Cuando el estómago está vacío y deprisa se apresura a vivir acaeciendo sobre el cielo de la boca un nombre: tú, amor, el hambre de mis hijos y sus barriguitas de pan en plata. Como cuando a la calle un hombre solo sale y solamente la soledad de todos los hombres sale a recibirle. Así es como nos quieren ver. Enterrando en vida a los pueblos -la humanidad siempre ha sido un obrero hecho a la manera de las cosas humildes, hecho a la mano del amo, atormentado por la bota que lo oprime-.

Quieren aplacar la amargura de los pobres, con más tormento, si cabe. El pueblo lo aguanta todo, saben. Porque después del pueblo, no existe nada. Porque la humanidad siempre ha sido un siervo hecho a la medida del dolor de todas las cosas. Porque lo hombres siguen saliendo a las calles con su muerte a rastras, incansables, implorando sed, hambre y muerte. Ni siquiera alcanzamos a untar la manteca con el dedo. Ésta es la canción que humilde cantamos los hombres y mujeres pobres. Porque pertenecemos a esa parte de la historia que a nadie importa. Porque somos el resto de esa verdad que nadie quiere -paga lo que te corresponde y vete, nos dictan. Dicen que el espejo es el retrato de una huída. Algunos se apresuran sobre el cielo de la boca a proclamar que esa fuga es hacia ninguna parte. Yo, el aquí presente, con las manos abiertas de par en par y con el corazón en un puño, prefiero pensar que todo tiene un fin. Aunque sea a costa de la vida propia, aunque haya que dejarse hasta el último resquicio de nuestro cuerpo. Llegar a la mesa de nuestra casa y comer yuca amarga sobre el plato. Y con ella, todo el dolor de los hombres y los sueños rotos. Para que después, el día más inesperado, nos ofrezcan salir a las calles y ondear una bandera que no nos pertenece. Así es como se teje la humanidad, siglo tras siglo. Con la sangre del pueblo derramada por las calles. Con las cunetas llenas de almas. Con los bolsillos vacíos de las patrias.

Y ya de vuelta a las trincheras de tus labios, hundido mi cuerpo sobre tu pecho, sobre la bóveda azul me sostengo. Donde el pan en la sien, donde los hombres alguna vez. Paga lo que te corresponde y vete, recuerdo. Todos somos Ícaro y ninguno llevamos billete de vuelta.

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