República de las Letras

LA 9ª

Es tiempo de recordar la liberación de París por aquellos exiliados republicanos perseguidos en su propio país

París era una fiesta cuando los españoles de la 9ª compañía de la División Leclerc encabezaron la ocupación de la ciudad el 13 de agosto de 1944. Aquellos jóvenes voluntarios republicanos, exiliados al término de la Guerra Civil, pasarían a la Historia como los primeros liberadores de la capital francesa subyugada por la bota nazi. Con ellos comenzaba nuestra época, la de las generaciones que vivimos la posguerra y el despegue económico, social y cultural de los años 60. España sufría mientras tanto el profundo trauma de la dictadura franquista, filial del nazismo alemán y el fascismo italiano. Y así sería hasta la muerte del dictador en noviembre de 1975, se cumplen ahora 48 años.

Los españoles tenemos fama de ser aficionados a la solución violenta de los problemas, sobre todo los políticos, a dividirnos y enfrentarnos, al palo y la zanahoria, como muy bien nos retrató Goya en su cuadro Riña a garrotazos. Somos expertos en soluciones simples a problemas complejos: a palos. Y aunque una y otra vez veamos que las cosas no se resuelven así, una y otra vez caemos en el mismo error. Tenemos fama de hablar a gritos, porque el diálogo, la negociación y el debate oral no se ha hecho para nosotros. Sólo entendemos la ley de la fuerza. Conservamos, en eso, el ancestral instinto salvaje.

Somos políticos –claro–, pero siempre que la política se mantenga dentro de unos márgenes aceptables según nuestros intereses. En cuanto los intereses de los otros –ese los otros que nos ha dividido siempre– pueden prevalecer, nos revolvemos como el toro y, como él, nos crecemos en el castigo, sin entender que nuestros intereses, ideas o convicciones pueden ser repulsivas para quienes tienen otros muy distintos. Como si todo lo que pensamos, lo que nos han inculcado, lo que sabemos, fuese inamovible, fuese sagrado. Por el contrario, pretendemos imponer lo nuestro a los demás. Incluso por la fuerza. Con lo que relegamos a esos demás a una existencia de sometimiento.

Un día descubrí que había otras formas de hacer las cosas. Que existía el diálogo, que se podía negociar si yo estaba dispuesto a ceder en alguno de mis principios inamovibles, que mis intereses no eran los únicos posibles, que la Democracia era no sólo votar cada cuatro años.

Es tiempo de recordar la liberación de París por aquellos exiliados republicanos españoles de la 9ª, héroes odiados y perseguidos en su propio país.

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