Cuestión de tiempo

Predecir si la muerte espera a cada cual en los próximos cuatro años no se asimila a que sea cuestión de tiempo

La estadística, que suele sostener las predicciones y los pronósticos, indica la más que minúscula probabilidad de que obtenga algún premio “gordo” cualquiera de los décimos de la lotería de Navidad, cuyo sorteo se celebra hoy. Sin embargo, la suerte se reparte y la ilusión se renueva cada año, con el concurso de la tradición y el estímulo de las costumbres navideñas.

De sobra presumible es, sin embargo, encontrar el consuelo de la salud, a manera de sí que bien repartida pedrea de premio por aproximación figurada. Dicho esto, cosa bien distinta es que la inteligencia artificial, asistida también por una compleja estadística combinatoria, sea capaz de precisar si la muerte espera, en uno de los próximos cuatro años, a quien quiera saberlo. Puestos en ello, más literaria es una genial afirmación de Saramago por la que, así de claro, morir es siempre una cuestión de tiempo, sin necesidad de determinar cuánto. Si bien un equipo de investigadores daneses se haya propuesto establecerlo, de manera que pueda predecirse, con una precisión cercana al ochenta por ciento, el fallecimiento de una persona en los próximos cuatro años, a partir de la educación y los estudios realizados, las ocupaciones y empleos, o los datos médicos, tras considerar, como cuestión sustantiva, “el orden de los acontecimientos en las vidas humanas”. Aunque limitaciones haya en la investigación, debidas a las edades de los casi seis millones de personas de la muestra, entre treinta y cinco y sesenta y cinco años, y a la imposibilidad de predecir las muertes accidentales, se le está prestando algún crédito, sin obviar las cuestiones éticas. Una, no difícil de advertir, es la referida a los seguros médicos, dado que, conocida la posibilidad de enfermedad y muerte de las personas, la razón principal del seguro, que reúne las aportaciones de muchos, de modo que un fondo atienda las contingencias particulares e imprevistas, dejaría de serlo. Pero la atención sanitaria y la medicina, con tal pronóstico, dispondrían de un diagnóstico temprano y atenuarían los efectos de las enfermedades.

A modo de singular ficción, Saramago escribió Las intermitencias de la muerte, cuyo inicio adelanta los efectos de algo inaudito: “Al día siguiente, no murió nadie”, en un país donde -lo que nunca ha ocurrido en este mundo- la gente deja de morir.

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