Carta del Director/Luz de cobre

Pedro Sánchez no estaba muerto

En Génova asistimos a un funeral en el que la propia familia popular ponía en duda la capacidad del candidato

Creer que tienes la piel del oso antes de cazarlo es un ejercicio de prestidigitación elevado a la máxima potencia. Lo cierto es que antes de tal premio debes ser cazador, adquirir el arma con la que buscar la presa, a ser posible un buen sabueso que siga los rastros y las huellas y luego, con un poco de suerte, hallar el animal, que se ponga a tiro y tener la suficiente habilidad como para cobrarlo. Aún así no está todo hecho. Una vez sacrificado el animal hay que buscar un buen desollador, que logre sacar la piel sin daños aparentes, curtirla, secarla y, por fin, colgarla a la espalda y lucirla. Como ven un proceso arduo, nada sencillo, en extremo complicado diría yo, para creer que sólo con el deseo de alardear de la piel ya la llevas sobre los hombros.

Algo así, salvando las distancias, ha ocurrido en las elecciones generales del 23 de julio. En el Partido Popular, también en Vox y en toda la cohorte mediática a favor de los conservadores, que en los últimos años han librado una batalla sin cuartel contra el gobierno de coalición, creían que había llegado el momento de abatir la pieza para mostrarla en la vitrina. Sobre el papel, dibujado con esmero el plan, todo salía a pedir de boca. No podía fallar nada. Cálculos exactos derivaban en una noche mágica en Génova, donde las masas enfervorizadas aclamaban al futuro presidente. Y no fue así.

Asistimos a una especie de funeral, en el que la propia familia ponía en duda la capacidad del líder gallego, el mirlo blanco traído de la tierra de Santiago, para devolver a este país a la normalidad, alejarlo de los cantos de sirena independentistas y de leyes como la animal o la trans, de la que nadie habla ni le interesa, en palabras de Rajoy.

Pero el presidente se transformó una vez más en prestidigitador de la política, en el flautista de Hamelín, que salió a la calle a hipnotizar a sus seguidores, incluso a los que habían tenido la tentación de abandonarlo, que incluso lo habían hecho en las municipales, para alcanzar el milagro. Casi lo logra porque no ganó las elecciones, pero dejó las expectativas del contrario bajo mínimos y tiene al alcance de la mano gobernar con el cambalache más estrambótico que puedan imaginar, pero gobernar al fin y al cabo que es lo que de verdad importa.

Aquellos que lo daban por muerto y enterrado todavía se frotan los ojos viendo como ha sido capaz de doblegar las encuestas hechas a imagen y semejanza del candidato que creían ganador, a la vez que no alcanzan a discernir qué ha fallado esta vez. Quizá, sólo quizá, sobre el papel han dibujado un proyecto perfecto que cuando se ha trasladado a la realidad, a la sensibilidad de los ciudadanos, a la realidad de los votantes, a aquellos que saben cuando se les engaña o cuando se les dice la verdad, son capaces de tomar decisiones en libertad, sin presiones y lejos del ruido mediático permanente. Pedro no estaba muerto, estaba de...

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