Proyecto cósmico

Aceptar las adversidades es un principio estoico, pero difícil de asumir, aunque se conozcan las razones

Los malos tiempos para la lírica -sea por los versos de Bertolt Brecht o por la letra de Golpes Bajos- también deben serlo para la felicidad, aunque dar con esta haya sido razón de no pocos empeños más o menos fundamentados o con sentido. El estoicismo, aunque denote la disposición para afrontar, a la vez con fortaleza y aceptación, las adversas penalidades de la vida, sostenía, pocos siglos a. C., que el destino -lo que nos espera, sea o no buscado- está determinado, antes que ser producto del azar, por una ley natural, asociada a una inteligencia creadora, a la que puede ponerse el nombre de Dios. Algo así como una entidad racional, una suprema razón que rige el Universo y de cuya ley es difícil sustraerse.

Así las cosas, lo que nos ocurre o se desencadena no es debido a un inexistente azar, sino a causas que desconocemos. Y los visionarios o profetas de este tiempo -genero variopinto el de tales arúspices- acertarían, por tanto, de conocer el mayúsculo entramado de las causas que permite explicar el presente y adelantar el futuro. También asiste y conforta a los estoicos -acaso más bien les consuele- la concepción de que este mundo es el mejor de los posibles, pero tal aseveración no deja de ser una conjetura. Y a dicha condición ayuda la particular existencia de cada cual, de manera que, en lugar de temer al destino, hay que aceptarlo como venga.

La felicidad, por otra parte, no es ajena al disfrute de la libertad y, para esta última, también tienen criterio los estoicos: la aceptación del propio destino es lo que, realmente, nos hace libres, de modo que nada es más recomendable que vivir conforme a la razón, apartando las pasiones que se alejan de la ensalzada racionalidad. Ayudará a ello el autocontrol, la autodisciplina, para hacernos impasibles e imperturbables, y someter las emociones, las pasiones y los deseos. Además de la indiferencia hacia las cosas que no están bajo nuestro control, por atractivas que resulten, y la aceptación serena de las circunstancias que nos afecten y de aquello que no podamos cambiar.

Se trata, al cabo, de confiar en un “proyecto cósmico”, en el que todo tiene causa y razón, aunque no se dé con ella. Acaso, en fin, nos falte estoicismo para afrontar lo inaceptable.

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