Una humanidad abyecta

Freud trata a la humanidad de una forma despiadada, no se compadece ni de un solo individuo

Con frecuencia se incluye a Lucian Freud dentro de la nómina de los grandes realistas del arte contemporáneo europeo. Su forma de trabajo, siempre frente al modelo, induce a ese tratamiento. Pero en realidad se trata de un artista expresionista, heredero de la veta pictórica alemana y su tendencia a lo deformante como vía poética para contar su mundo. La obra pictórica de Freud, construida sobre muy pocos temas, casi todos emanados de la soledad de su taller y repetidos hasta la saciedad, sitúa a los modelos en distintos ángulos de este paisaje interior, incluyendo rincones, esquinas, el omnipresente suelo de madera y frente a las ventanas por donde entra la luz y desde donde se divisa una parte del mundo exterior. A todos estos seres humanos les practica un retrato despiadado, deformado, y se recrea en sus accidentes topográficos, retorciéndolos y exagerándolos. Con la luz y el color sucede algo similar. Son recreados y adulterados para contribuir a esta visión incisiva. Y con la materia pictórica, de una densidad y belleza notables, lo mismo. Ya sean vestidos o desnudos, héroes o villanos, mujeres u hombres, todos son literalmente descuartizados, despreciados, por la visión inmisericorde del pintor. Freud trata a la humanidad de una forma despiadada, como una especie animal torturada y abyecta. No se compadece ni de un solo individuo. Ante esta turbadora visión pueden extraerse dos conclusiones. La primera sería tomar al autor como un artista que sobreactúa, que exhibe una truculencia y exceso gratuitos para parecer más profundo o contemporáneo, pues es imposible que todos los seres humanos puedan equipararse en catadura ética o conducta, que todos sean merecedores por igual de semejante tratamiento. Esta visión colocaría al autor en el papel de justiciero falso, de impostor que se hace pasar por gran artista. La segunda nos llevaría a colocarlo como un misántropo convencido, auténtico, que ha negado –como concepto- la dogmatizada dignidad del ser humano, sobre la que se construye toda la civilización contemporánea del mundo más desarrollado, y se permite, como planteamiento filosófico perfectamente válido, ejercitar públicamente su desprecio más profundo hacia nuestra especie en el ejercicio de parir las turbadoras imágenes que conforman su obra. Personalmente veo al autor, en ocasiones, como un impostor sobreactuado, y otras como un gran misántropo descreído. Pero siempre le salva la altura de la pintura, las calidades insondables y la brutalidad constructiva de la forma.

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