La incógnita del qué ocurrirá

La incógnita del qué ocurrirá mañana se abre desde lo más o menos sencillo, y suele destemplar con lo imprevisto

El desconocimiento de lo que no se sabe cómo y cuándo ocurrirá puede aturdir, si se le quiere poner algún remedio a la imprevisión -aunque sea del todo imposible, precisamente por imprevisto-, pero también no preocupar, si se practica la sabia recomendación de vivir intensamente cada momento, cada día -que no vivir al día-. Miguel Delibes, en su relato autobiográfico “Mi querida bicicleta”, incluido en Mi vida al aire libre, escribió sobre esto mismo, si bien con el literario argumento de su no muy auxiliado aprendizaje de montar en bicicleta. Con demorada atención de su padre -“Para un niño de siete años, los luego de los padres suelen durar eternidades”-, recibió una escueta instrucción de este: “Temblando, enderecé la bicicleta. Mi padre me ayudó a encaramarme en el sillín, pero no corrió tras de mí”. Tan solo, recuerda el escritor, le dio un empujón, y, cuando se alejaba, le dijo a voces que mirara siempre hacia adelante, pero nunca a la rueda. El niño Delibes perdió pronto el miedo y le cogió el tranquillo al pedaleo. Sin embargo, un sencillo y no muy distante porvenir le conturbaba: “Pero, de pronto, se levantó ante mí el fantasma del futuro, la incógnita del “¿Qué ocurrirá mañana?”, que ha enturbiado los momentos más felices de mi vida”. Se ha dicho sencillo porvenir, pero se trata, literariamente, de acotar, en un futuro más o menos simple, lo que va más allá de lo ordinario y lo trasciende: “Al pasar ante mi padre se lo hice saber en uno de nuestros entrecortados diálogos: -¿Qué hago luego para bajarme?”. En suma, qué ocurrirá dentro de poco, aunque Delibes rememore que se llevó varias horas dando centenares de vueltas con la bicicleta, hasta que se puso el sol, por no saber cómo había de detenerse. De manera que el relato de lo sencillo dé para un adelanto de lo complejo: “Incluso tuve un anticipo de lo que había de ser la lucha por la vida en el sentido de que nunca me ayudaría nadie a bajar de la bicicleta, de que en este como en otros apuros tendría que ingeniármelas por mí mismo”. Aunque fuera metiendo la rueda delantera entre las ramas de un seto de boj. Por más que las recomendaciones, tan fáciles de dar como dificultosas de cumplir, insistieran en la sencillez. Requerido el padre para que le dijera qué hacer: “Muy sencillo; frenas, dejas que caiga la bicicleta de un lado y pones el pie en el suelo”. La incógnita del qué ocurrirá.

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