Expectativas inconvenientes

Si no se atribuye valor al estudio, poco atractivo resultará formarse después de la educación obligatoria

Las cifras y los datos, generalmente, no logran impactar cuando se abusa de ellos y, como efecto, oscurecen el alcance de las particularidades que se reúnen en su escueta expresión. Seis mil muertos, hasta el momento, por una dantesca tormenta en Libia o un número aproximado a la mitad por un seísmo en Marruecos, sin entrar en las calamidades e infortunios anónimos, que no trascienden por acontecer en países olvidados por una injusta irrelevancia, son resultados de la tragedia, pero menos impactantes que el relato de cualquiera de las desgracias particulares reunidas en las cantidades que ponen número al recuento.

En estos momentos del inicio del curso escolar, como ocurre hoy en los centros de Educación Secundaria, no sobra recordar, aunque sin el alcance de las catástrofes anteriores, otro dato significativo: algo más de 17% del alumnado que concluye la educación obligatoria, entre los dieciséis y los dieciocho años de edad, no continua en ninguna oferta educativa, sean enseñanzas de Bachillerato, de Formación Profesional u otras, sin que ello conlleve que dispongan de empleo. Es más, un porcentaje todavía mayor concluye la educación obligatoria sin la titulación académica que permite el acceso a otras enseñanzas.

La burbuja inmobiliaria de finales de los ochenta y principio de los noventa del siglo pasado hizo que muchos adolescentes ocuparan puestos de trabajo, sin necesidad de cualificación específica y con retribuciones no precisamente mínimas. Era frecuente, por ello, encontrar en la puerta de los institutos a muchos alumnos de poco tiempo antes con coches de alta gama, para hacer ostentación de sus rápidas ganancias, que podían ser más altas que el sueldo de los docentes. Cuestión coyuntural -el destino de las burbujas es explotar y deshacerse-, ya que el abandono escolar temprano -esta es la forma de denominar la no continuidad de la formación- lleva bastante tiempo instalado en el sistema educativo por distintas razones: cuestionamiento del valor del estudio, confianza en la asistencia familiar o pública, necesidad de adecuar las ofertas formativas. Sea como fuere, en cada uno de esos “ninis”, que ni estudian ni trabajan, toman forma expectativas inconvenientes, señaladas con un porcentaje.

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