De paseo

De paseo / Javier Alonso

Valerse por uno mismo es uno de esos estados cuyo cualidad no se aprecia o ensalza hasta que deja de ser la situación ordinaria que se presumía inalterable. La edad en el zurrón de los años algo avisa, pero la ilusión por el sucesivo curso de reestrenadas juventudes -la primera, la segunda, la tercera…- oculta el natural menoscabo del paso del tiempo y la expectativa razonable -redundancia aparte, ya que el común de las expectativas son posibilidades razonables- de pasar a un estado de dependencia que tiene no poco que ver con la vulnerabilidad. Así las cosas, dos cuestiones, al menos, deberían tenerse presentes para alcanzar cierto acomodo. Una es la de aceptar -mejor si esto viene después de comprender- la necesidad de valerse de otros para despachar los cotidianos arreglos de los días. Y otra, como consecuencia, la de contar con recursos que garanticen el cuidado, la asistencia necesaria para desenvolverse sin desdoro de la dignidad humana. El cuidado, entonces, se convierte en un servicio, ya que es más difícil de prestar, como antaño, por las generaciones familiares. Y entre quienes lo reciben y lo prestan suele surgir la nueva familiaridad del sentirse acompañados y ayudados, aunque sea por depender.

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