El aplauso

Fue un aplauso sosegado, a veces acompasado y sostenido el dedicado al Rey por el Congreso

Fue un aplauso de varios minutos, sosegado, a veces casi acompasado y en todo momento sostenido, el que le brindó la mayoría del Congreso al Rey el pasado jueves, al concluir éste su discurso con motivo de la apertura de la legislatura. Un aplauso como hacía tiempo no se escuchaba en el hemiciclo y que me suscitó el asunto -tan grato al deambular cogitabundo- del sentido y alcance real de ese gesto primario del manoteo enfervorizado que prodigamos los humanos, si es que alguno tiene; o cuál la razón de ser de este aspaviento tan impulsivo y universal que es el aplauso: un insistente palmotear para crear ruido, cuanto más, mejor. Un alboroto por el que suspiran, sobornan o se venden los vanidosos del mundo -en cabeza, políticos, artistas y deportistas- de todas las épocas y culturas. Algo tendrá. Y bien mirado el gesto en sí, no es sino una pulsión instintiva, que compartimos con el resto de primates; que si ellos lo usan para ahuyentar eventuales peligros o para llamar la atención de otros con su estruendo, los humanos lo hacemos para espantar a las gallinas, cuando no para llamar la atención del camarero, como rechiflaba Macedonio Fernández. Y si los primos primates palmotean de forma espontánea -lo que tiene, como el bostezo, efectos contagiosos- o se golpean el pecho para potenciar su poderío, los humanos palmeamos la espalda ajena como señal de amistad o nos convertimos en impenitentes palmeros, amateurs o profesionales, casi siempre acríticos, para jalear cualquier bodrio donde haya convite, como suele si hay políticos por medio. Políticos que han elevado a categoría científica la provocación y vigor del aplauso en las pausas de sus arengas. Aunque para arte, el flamenco es quien se lleva la palma (nunca mejor dicho) de convertir el aplauso, con todas sus variables rítmicas y sonoras, ya sea con palmas planas o ahuecadas, en un primor acústico, acaso aún no bien ponderado. Insustanciales reflexiones (entre otras que omito por decoro) que no refutan, al cabo, mi impresión de que el aplauso al Rey, contuvo casi toda la diversidad expresiva del gesto: por un lado, honrar el más noble de sus empleos, como era homenajear, en esa empanada de ruido y elogio, tan cara al personal, al régimen democrático surgido de la transición que él representa. Y por otro, ahuyentar el mal porte de algún pajarraco o para que espabilen ciertos sirvientes flemáticos y sediciosos. A saber.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios