Existe un amplio consenso en la ciencia antropológica en que no existen dioses, naciones, dinero, ni justicia, fuera de la imaginación humana. Que es la fe la que estructura un orden social que fabula su existencia y hace reales sus consecuencias. Un resorte instintivo que usaríamos desde que apareció la mitología religiosa y aprendimos a celebrar sus hallazgos, “bailando juntos alrededor de una hoguera” (N. Harari). Y hasta la fecha. Aunque no se trata solo de una elucubración teórica desde la evidencia de que las “creaciones simbólicas -deidades o dineros- redefinen las necesidades biológicas” sobre las que erigimos nuestro proyecto vital (Marina y Rimbaud). Un instinto otrora religioso que, al igual que lo ocurrido con la plétora de credos, han ido secularizando los disímiles dogmas políticos que hoy predican un paraíso laico, aquí y ahora, sin esperar al del más allá, a través de relatos doctrinarios que, con sus profecías y promesas, glorifican el futuro inmediato, el de mañana y pasado, sustituyendo a dogmas y rituales religiosos del incierto post mortem. Así que ya es el Estado y no la Iglesia quien dice velar por nuestra salvación y reclama nuestros impuestos y rezos cotidianos, ofreciendo incluso una dicotomía, izquierdas o derechas, que suplanta las arcaicas tensiones entre fieles y ateos al interpretar el mundo. Y sus Partidos los que divulgan lo que debemos “com/prender” de los valores grupales propios y repudiar de los ajenos; y para eso descifran cada hecho, cada idea desde el filtro ideológico confirmando las propias creencias (sesgo de confirmación se llama) cuya superioridad moral ofusca al militante y le dispensa de razonar por sí mismo, ya que son tan auténticas como inobjetables: como en toda religión que se precie. Un proceso politizador de la fe, con el que nos catequizan los mass-media serviles a cada culto banderizo, sacralizando los sermones programáticos de los respectivos lideres pontificios para fidelizar a sus votantes, supliendo el debate por la descalificación del otro y pidiendo fe ciega en su gestión, por absurda que sea, como hacía Bolaños para vender la bondad de la turbia amnistía. Y claro, así, sobre fe y sentires, como sobre los colores, no hay debate posible. Bien lo saben los asesores de líderes mesiánicos como Trump o Sanchez: es pura ciencia psicosociológica. Un proceso que, de arraigar, acabará alentando neoguerras de santo populismo.

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