Uno de los desafíos, si no fuera el gran desafío, de todo intelectual desde que aspire a serlo, es entender la mente humana y los mecanismos con que operamos ya sea a nivel colectivo o individual; una tarea inviable si antes no se analiza uno a sí mismo, porque justo eso, como dijo Ortega, es lo que nos pasa: que apenas sabemos cómo somos ni por qué creemos unas cosas y no otras. Un reto solo al alcance de genios dotados de esa curiosidad que nutre a la ciencia y de la que son buen ejemplo dos sabios fallecidos este marzo tras dejarnos un legado magistral. Hablo y rindo homenaje al etólogo F. de Waal, y al psicólogo D. Kahneman.

El primero, dedicó su vida a descifrar los sistemas cognitivos y sociales de todo bicho viviente que pulule en el reino animal, especialmente de los primates, refutando los arcaicos sesgos culturales y religiosos que rechazan toda analogía o parentesco entre ambas especies. Acaso su aportación más básica fuera la de acreditar -dando luego título a uno de sus libros-, las limitaciones de la inteligencia humana para entender la inteligencia animal: mal que no pese, no somos bastante inteligentes para ello. Una máxima que defendió a fuer de certificar la naturaleza altruista y empática de los primates y las habilidades operativas de cuervos, orcas, insectos, delfines o pulpos, aportando para ello pruebas concluyentes sobre sus sentidos vitales y del ingenio que despliega cada bicho a su manera.

Por su parte el psicólogo D. Kahneman fue el primer no economista en ganar un Nobel de Economía, en 2002, por sus estudios sobre las bases de la economía conductual, aplicando pautas psicológicas a los procesos de toma de decisiones económicas. Unos procesos que también explican por qué la recompensa es más eficaz que el castigo o el actual el éxito de los populismos y la ilógica del atajo intelectual con el que opera el idiota que los vota, al priorizar sentires manipulados en vez de la razón. O la eficiencia irresistible de las falsas noticias, de los estereotipos y las estadísticas groseramente activadas, aunque sepamos que lo están. Unos recursos que exprimen a su favor, cómo no, el político ventajista y los vendedores de gaitas, pero que a la vez nos enseñan a otros las pulsiones de los abusos y que así podamos contrarrestarlos. Las gestas científicas de uno y otro nos dejan impresas huellas de auténticos gigantes hacia el progreso no ya humano sino planetario.

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