Una boa por el inodoro

Que una boa salga por el inodoro altera la cotidiana normalidad de los hábitos con el canguelo de los sustos

La normalidad es un estado de las cosas tan habitual como alterable. Por la primera condición -lo ordinario o acostumbrado de las cosas-, se hacen corrientes las rutinas con la presunción de su transcurso usual. Tan firme resulta esta interiorizada convicción que la sorpresa, lo imprevisto o lo extraordinario irrumpen con distintas formas de desasosiego.

En Galicia, a un vecino ferrolano se le ha escapado una boa constrictor albina, de unos dos metros de largo, con la que convivía la familia en los cuatro años de vida del animal. Presumiblemente, se haya fugado del dulce hogar a través del inodoro y en su marcha habrá recorrido tuberías o alcantarillas desde las que acceder a otras viviendas por la puerta falsa del inodoro. Asegura su dueño que la bicha es inofensiva, pues tanto él como su hija pequeña suelen cogerla y nunca ha reaccionado con mordeduras, aunque esta especie no es venenosa, ni, como sería peor, comprimiendo los anillos de su cuerpo en un cariñoso y mortal abrazo a sus confiados dueños. Pero el miedo ha hecho de las suyas con la vecindad y en no pocas casas se colocan objetos de mucho peso, encima de la tapa del inodoro, por si acaso la culebra albina decide aparecer en una nueva morada. No se trata, así, de una serpiente okupa -el Diccionario recoge el término-, sino itinerante por los oscuros pasadizos de los desagües, donde su blancura inmaculada se habrá deslucido con los lamparones de la suciedad.

Buena muestra, esta, de un sobresalto de la normalidad, aunque no se presente con el infortunio de una desgracia accidentada, como un mal e irreversible diagnóstico de la salud o a modo de un contratiempo estragador. Si bien el canguelo que provocan las serpientes -además de su desafortunado protagonismo en los genesíacos relatos del Paraíso- destempla la armonía doméstica -es un decir- y aterroriza con la expectativa de un susto mayúsculo. Acrecentado, además, por otros relatos contemporáneos de similar argumento, que cuentan cómo una serpiente mordió los genitales de un vecino, sentado en su inodoro con la confianza -o la desazón del estreñimiento- de quien no espera pavorosas sorpresas en el escaño doméstico de tan íntima cámara. A ver cómo apartan los vecinos ese temor sobrevenido a sentarse en el excusado, rota tan cotidiana normalidad.

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