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Dentro de cien años, todos calvos. Así sentencia el refranero la meridiana evidencia de la muerte, cuando las cabezas queden reducidas a calaveras sin pelo y alguna fortuna póstuma quepa encontrar, por no regir ya las miserias de la vida y los dolores de cabeza que acarrean. Meridiana, acaba de decirse, la evidencia de la muerte, pero el rasero que más iguala no es el morir -pues muy distintas y desiguales pueden ser las formas de acabar la vida-, sino el estar muertos. Mientras, y que no tenga prisa alguna la parca, preferibles son las diferencias de la vida; sobre todo, si no se acompañan de una marcada desventaja y no tienen origen en la injusticia o en los atropellos a las condiciones de vida de los otros. Las cocorotas de estos dos atentos asistentes a un acto son oportuna expresión de la diversidad, como tantas otras maneras acicalar el cuerpo y darle compostura. El tino del fotógrafo ayuda, en este caso, a reparar en las antítesis, aunque solo sea de la cubierta capilar de la cabeza, ya que no es cuestión de extender una entera oposición de condiciones a quienes, en principio, solo les distancia el uso del peine. Por eso que estén armónicamente juntos, cabello aparte, es otra evidente y sencilla muestra de convivir diferencias.

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