Decía Albert Einstein que “solo hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana; de la primera no estoy muy seguro”. Por supuesto, “la verdad es siempre la verdad, la diga Agamenón o su porquero”, tal y como nos recuerda Antonio Machado a través de su lúcido Juan de Mairena. Me ha parecido oportuno echar mano del Nobel de Física, porque se me hace muy duro decir ciertas cosas por mi propia boca, con la calor que estamos ya sufriendo en este verano recién estrenado. Y ya alguna vez habréis visto cómo mi recurso al sociólogo italiano Carlo M. Cipolla es también asiduo cuando de acercarme al mundo de la estupidez humana se trata y que se puede parafrasear así: “existe una constante universal que es más elevada de lo que uno pueda sospechar y no depende de la extracción social del grupo en el que se realice el estudio; hablo de la estupidez humana”.

Siendo este el contexto, no debe uno sino saber hacer el uso adecuado del aforismo de la “Plegaria de la serenidad” (que se debe retrotraer en el tiempo hasta épocas ya más que milenarias): “Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia”. Como veis, hoy me encuentro de un decididamente justificativo que no tiene detrás sino el pleno convencimiento de aquello que Jesús Quintero nos recordaba en su espacio El loco soy yo: “siempre ha habido analfabetos, pero la cultura y la ignorancia siempre se habían vivido como una vergüenza; nunca como ahora la gente había presumido de no haberse leído un puto libro en su jodida vida, de no importarle nada (…)”.

El tiktokero míster Geografía se encarga en su canal, de presentar muy a las claras la ignorancia tan extendida y la desafección con la que miríadas de jóvenes aceptan su necedad como si de algo intrascendente se tratara: si, sin embargo, se viesen con un desarreglo de peso, ¡saldrían corriendo al gimnasio… o usarían el filtro de su cámara para subir sus fotos a las redes! Pero no, a esas masas que serán carne de cañón futura, no los veremos correr a buscar un libro, ni a usar la red para crecer en conocimientos: será un trivial “jijí-jajá” lo que zanje el esperpento. Todo esto tiene algo tan verdadero como cualquier anhelo humano de amar y ser amado: que estas personas quieren ser libres, pero se están entreteniendo, de más, en la estación Felicidad.

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