Me preocupa el uso del lenguaje: las palabras o son adecuadas o no lo son. Entre una cuestión y la otra hay poco justo medio: son ese tipo cosas que o se hacen bien o se hacen mal. En estos días, donde todo está marcado por el proceso electoral, observo cómo no es mucha la preocupación por llevar los niveles de ánimo a un buen discernimiento donde triunfe la información que nos ayude a clarificar entre cuáles pueden ser las razones para dar nuestro voto a una candidatura u otra. Porque una cosa es que pueda haber cierta tendenciosidad, más o menos disimulada, en un enfoque de una noticia hacia una postura o la otra, pero otra cosa muy distinta es plantear un escenario de catástrofe, sea cual sea la opción que vayas a votar… o tal vez también esto está muy calculado. Me explico.

Que la sociedad es plural no se le escapa a nadie. Es más, será motivo de múltiples programas informativos el mostrar una diversidad cultural de la que es justo y necesario sentirse muy orgullosos de todos nuestros pueblos. Pero hete aquí que llegados a la campaña electoral per sé, porque “siempre estamos en campaña”, se deja de hacer esa alabanza a la pluralidad en ese sentido de diversidad común, para entrar en los detalles diferenciadores que nos van a distanciar a unos de otros.

Creo que hay adjetivos adecuados para cada cuestión, pero los que se usan en estas fechas son de los más desafortunados. Uno de ellos lo puede experimentar, con dolor, os lo digo muy sinceramente, cuando la publicidad de la tve nos anunciaba la composición del “debate a 7” que se dio entre correspondientes portavoces parlamentarios de los grupos mayoritarios que actualmente forman la Cámara Baja. Y no, no es “fragmentación”, tal y como anunciaba esa publicidad en tve, la que hay en el parlamento; no: es representatividad de la riqueza que somos.

En el fondo, se trata de una profunda ignorancia de lo que es el sistema de monarquía parlamentaria que preside constitucionalmente nuestra España de hoy: el próximo domingo votaremos el parlamento que nos va a representar durante los próximos cuatro años, y que como una de sus primeras encomiendas tendrá la elección del presidente del futuro gobierno del Estado español. Hablar de “ilegitimidad” será un acto antipatriótico que sólo se podrá comprender, y aplaudir, desde sectores profundamente convencidos de que la Constitución española se puede presentar “a la carta”.

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