Me quiero despedir de esta columna, durante todo el próximo curso, con un pensamiento que me ocupa extraordinariamente: el del papel del ser humano en su entorno vital; en su relación con los demás seres vivos y la realidad inanimada que soporta el escenario de todo bicho viviente. Es decir, explicitar en blanco sobre negro, y a mi manera, mi visión del sentido de la vida. Pero no para mí, sino para los seres humanos; mi manada. Estamos cada vez más cerca de un consenso científico en torno a nuestro origen circunscrito al encuentro del Adán cromosómico y la Eva mitocondrial. A mí me mola: pero más que por encontrarnos todos reconocidos en “un padre y una madre comunes” (léase el entrecomillado), por sus connotaciones religiosas, es por sus connotaciones de ruptura con cualquier atisbo de orgullo patrio que nada tiene que ver con la realidad. Se trata de una especie que se origina en África y que nunca ha dejado de emigrar. Y eso molesta a muchos, lo que me anima más en mi reflexión.

Por otra parte, somos la única especie que ha transformado la realidad de tal manera que ya se habla de la era del Antropoceno, en términos de una nueva época geológica, caracterizada por el (enorme) impacto del ser humano sobre la Tierra. El “pensamiento débil”, eufemismo usado para calificar la falta de compromiso de nuestros intelectuales con la radicalidad del acoso al que estamos sometiendo al planeta, nos anima a ver al resto de animales a unos niveles de derechos que animan a despistar completamente los objetivos a satisfacer para nuestras poblaciones. (Es curioso que el partido animalista por antonomasia, se haya visto superado en “compromiso animal” por algún otro partido que no tiene “animalidad alguna” en sus siglas.)

Es aquí, en la nueva manera de ver al resto de animales, cuando me quedo patidifuso: taurino cromosómico, renuncio ya al toro por cómo se han apropiado de ese concepto esa legión de quienes lo incorporáis como definitorio de un (a recuperar) espíritu nacional. Del mismo modo que renuncio a ver luz en numerosas catervas de colectivos que nos ofrecen comportamientos animales como guías en medio de esta sociedad líquida que nos empapa: una sociedad que renuncia a su plena fraternidad. No, me niego: seguiré apostando por ser parte de esa manada que un día salió de África y que no deja de buscar día a día su libertad, yendo de un lugar a otro, buscando una vida mejor.

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