Pertenezco a una generación que convivió con la censura. Era una época en la que se podía clausurar un periódico donde apareciera un artículo que traspasara los límites permitidos. La primera vez que vi la película Mogambo, al matrimonio que interpretaban Grace Kelly y Donald Sinden lo convirtieron en una pareja de hermanos, para evitar que en pantalla aparecieran amores prohibidos, los encargados de velar por el orden establecido. Y cualquiera podía ser llevado a Comisaría si se fuera de la lengua más de la cuenta. Tengo muy claro que la libertad de expresión es un logro fundamental de los sistemas democráticos y, lógicamente, apuesto por el derecho a la libertad de expresión. Eso no quiere decir que no haya expresiones que me parezcan inadecuadas, inútiles, ofensivas, impertinentes o merecedoras de cualquier otro calificativo que me sugiera su contenido. Digo esto a raíz de la polémica que ha despertado un programa emitido por la TV3, la televisión pública catalana, donde aparece una mujer asomando la cabeza por el hueco de una estampa ataviada con la indumentaria coronada de la Virgen del Rocío, intentando seducir a los presentadores del programa, imitando el acento andaluz. Han sido muchas voces, de diferentes ideologías, las que han opinado criticando el programa, o mostrando su indignación en las redes sociales por razones de índole religioso, o por considerar que es una ofensa para Andalucía. Ante la avalancha de críticas, han respondido algunos divinos de la izquierda puritana a favor del gag de la televisión catalana, en defensa de la libertad de expresión. Digo yo, que con el mismo derecho que tiene la televisión catalana para expresarse libremente, lo tiene cualquier ciudadano para expresar su opinión sobre aquello que emita en su programación. Todas las voces que, haciendo uso de la libertad de expresión, han opinado mostrando su rechazo, por el motivo que sea, a un programa emitido por una televisión pública, me parecen muy respetables. La libertad de expresión es para todos. Y haciendo uso de la misma, el programa de referencia, bajo el punto de vista escénico, me parece un bodrio de lo más casposo y no hay motivo alguno para que, de cara a una pretendida modernidad, me autocensure. Supongo que, si se hubiese dado el caso, de que algo así apareciera en la pantalla de mi televisor, habría reaccionado apretando el botón del mando para cambiar de canal, con absoluta indiferencia.

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