Relato electoral

El voto por correo no le parecía una alternativa a propósito ante el rito propio de la jornada electoral

Desde que, con inesperada sorpresa -¿hay sorpresas esperadas?-, conoció la noticia de la convocatoria de elecciones generales, un domingo en plena canícula veraniega, la desazón le perturbó el ánimo, ya que tendría que cambiar de planes -adelantados con el anticipo de la reserva y de las expectativas- si quería acudir al colegio electoral. El voto por correo no le parecía una alternativa a propósito, pues el derecho a votar se acompaña de un protocolo en el que -eso piensa- resulta genuino llevar las papeletas ya preparadas en casa, plantarse ante la urna, mostrar el carné de identidad y depositar los sobres, que así quedaban custodiados hasta el recuento. De manera que el voto por correo desvirtúa -en su opinión- el rito electoral y se adelanta a la parafernalia mitinera de la campaña y al intermedio final de la jornada de reflexión. Aunque también creía, como sostienen los análisis demoscópicos, que resultaba escaso el porcentaje de votantes dispuestos a decidir su voto por tales circunstancias.

Era la primera vez que haría un viaje lejano, a Egipto, y confió, rito electoral aparte, en que solicitar el voto por correo, el primer día que fuera posible, permitiría recibir con tiempo suficiente la documentación y votar sin contratiempos ni demoras. Había de tomar el vuelo en la tarde del jueves y llevaba desde hace casi dos semanas consultando el estado de la disposición de su voto por correo y los plazos con que podría contar para hacerlo efectivo. Mientras preparaba el equipaje, la mañana del jueves, le embargó la obligatoria renuncia a votar, ya que, aunque llegara el cartero, no podría acudir a la oficina de Correos, salvo que perdiera el vuelo y el viaje resultara fallido, como manifiesta prueba de su compromiso democrático. Así ocurrió, en una reacción que incluso él mismo no se explica, para hacer de la jornada electoral un memorable ejercicio de su derecho al sufragio. Mientras avanzaba la tarde y a la espera del recuento, quiso ver un reportaje sobre las pirámides de Egipto, que no pudo visitar, hasta que, con las primeras declaraciones de los candidatos, gritó con desconcierto una maldición mientras rompía con vehemencia el aviso del cartero. Ese que no esperaba encontrar en el buzón, adonde llegó el miércoles por la noche, cuando él tenía la cabeza en Egipto y era fallido el voto, que no el viaje.

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