La gallina o el huevo

Qué fue antes no solo es cuestión de la gallina y el huevo, sino que extiende la duda a la causa y el efecto

No es un juego mental pensar o preguntarse sobre qué fue antes: la gallina o el huevo. Y si, durante muchos siglos, tal cuestión no ha encontrado respuesta concluyente, sino argumentadas interpretaciones, en un sentido u otro, el asunto no será, ni mucho menos, baladí. Aristóteles -que los más despistados zagales acaso crean que es un futbolista brasileño- sostenía la relevante diferencia entre la potencia y el acto, de modo que este último precedía a aquella. Entonces, si el huevo es una gallina en potencia, la gallina debió ser antes que el huevo. De recordarse, por otra parte, el relato creacionista, Dios crio a gallos y gallinas -cuestión de sexo, en esta condición animal, que no de género, aunque los gallos no se libren de un coscorrón “machirulo”- y estos fueron antes que el huevo.

Así las cosas, y aunque no resulte una interpretación definitiva, circula una muy reciente posición científica cercana, en su conclusión, a las explicaciones aristotélica o bíblica. Si bien, al cabo, se trata de una cuestión de huevos -dicho sea en la acepción más oportuna y menos testicular-: la primera gallina, la “protogallina”, sí debió nacer de un huevo, pero este no sería, propiamente, un huevo de gallina, ni tendría el aspecto que tal huevo presenta en nuestro tiempo. Además, las gallinas tienen en sus ovarios una proteína directamente relacionada con formación de las cáscaras de huevo. Y esto lleva a la conclusión de la precedencia gallinácea. Sin embargo, el evolucionismo pone en cuestión tales argumentos al preguntar cómo nació la gallina, y no da del todo crédito a una discontinuidad entre un ser “no gallina”, que pone un huevo de “no gallina” con el embrión, así de pronto, de una “sí gallina”, que pondrá, después, los huevos conocidos. Si han llegado hasta aquí, presumo que tendrán hecha la cabeza un lío.

Más nos valdrá considerar la prelación de la gallina y el huevo, o al revés, no como un problema científico, sino como una metáfora socorrida para hacernos otras preguntas no tan señaladas, pero igualmente dudosas: a modo de muestra, qué fue antes, la envidia o la razón que la provoca, la mentira o el propósito al que sirve. Claro que, a lo mejor, no es cuestión de la gallina y el huevo, sino de la causa y el efecto.

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