Es la guerra

Las guerras no solo sirven al fin de los contendientes, sino a propósitos relativos y a usos instrumentalizados

La sorpresiva guerra, por su repentina magnitud, ya que una soterrada guerra transcurre desde hace décadas, entre Israel y Hamás, es buena muestra del relativismo y de la instrumentalización. Además, la primera víctima de una guerra no es la verdad, como suele afirmarse con el socorrido concurso de las citas, sino las primeras vidas que pierden quienes entran en combate o son alcanzados por los “efectos imprevistos” -maldito eufemismo- del enfrentamiento. El relativismo, en cuestiones bélicas, está presente tanto en el alcance de la guerra en cuestión -la de Oriente Próximo tiene bastante más significación mediática, política y social que otras sanguinarias y casi ignoradas contiendas africanas-, como en las interpretaciones que se hacen de los episodios, los objetivos y el desarrollo de las hostilidades. Si bien, dicho sea sin intenciones jocosas, las guerras ya no son lo que eran, pues se atropellan principios o criterios que han de quedar salvaguardados. La instrumentalización se constata, por otra parte, cuando la conflagración no solo sirve al propósito de los contendientes, sino a las intenciones de quienes se adhieren a estos con argumentos sostenidos en las doctrinarias formulaciones de las consignas, los prejuicios y el desconocimiento. A un lado y otro del espectro ideológico, de las coaliciones políticas en instituciones u organismos supranacionales, de los opinadores afines a distintos idearios, el “relato” de la guerra se instrumentaliza al servicio de causas no poco mezquinas si se las compara -otra vez el relativismo- con las víctimas de los bombardeos y de los saqueos dantescos. Estas dos perversiones -relativismo e instrumentalización- afectan tanto a los espectadores de la guerra, ajenos y distantes a su tormentoso y fatal curso -si es que no acaba por “normalizarse”-, como a quienes la viven de cerca, concernidos, y aturdidos, por las disposiciones de las autoridades u organizaciones que rigen los países o las facciones en conflicto, ya con arengas enloquecidas, ya con resoluciones desquiciadas, mientras el miedo extingue la inocencia y desnaturaliza las condiciones de la infancia, la muerte aniquila sin miramientos y el odio se apropia del juicio y de la voluntad para que no quepa un armisticio duradero. Es la guerra.

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