La tapia del manicomio

Barroco urbano

Ahora se ve que atravesamos otra época de barroquismo ciudadano: al Ayuntamiento le ha dado por acumular cosas en la vía pública

Hace unos veinticinco años, un alcalde de la capital almeriense -de cuyo nombre ni nos acordamos, ni queremos- llenó la ciudad de un "mobiliario urbano" suministrado por la empresa francesa JCDecaux, que da la casualidad que también inundó varias ciudades del país, entre ellas Madrid con sus productos. El tal mobiliario consistía en marquesinas para las paradas de autobús, casetas cilíndricas para evacuar aguas mayores y menores y un sinfín de postes que no tienen otro objeto aparente que poner publicidad, uso que también tienen los otros "muebles" citados. Para JCDecaux debió ser un negocio algo más que regular, similar a la contrata de granito de Porriño que también inundó buena parte de la nación por aquellos mismos años. En Almería, por supuesto, el (no)citado alcalde nos enlosó la ciudad con ese granito gris, en vez hacerlo con el autóctono mármol de Macael del que le hicieron una jugosa oferta los empresarios de la comarca marmolista, que él desestimó.

Esta historia es vieja, pero el granito y la acumulación de artefactos publicitarios permanecen, aunque pocas veces hemos visto entrar a un ciudadano en los mingitorios. Ahora se ve que atravesamos otra época de barroquismo ciudadano: al Ayuntamiento le ha dado por acumular cosas en la vía pública. Jardineras, fotos, casetas, tenderetes, plataformas para conciertos, escenarios para selfis…Se ve que tienen "horror vacui", que es un sentimiento o sensación ligado al barroco. Y el barroco siempre ha florecido en épocas de conservadurismo político y social. El gran barroco español, por ejemplo, se dio en el siglo XVII y parte del XVIII, cuando el poder imperial estaba en todo lo suyo, y la Iglesia Católica experimentaba su máximo esplendor. Junto al arte barroco, que se "barroquizó" aun más con el rococó y el churrigueresco, florecían las Cofradías y la Inquisición: el boato clerical desmadrado, junto a las quemas de herejes en autos de fé con tantos espectadores como ajusticiados. Todo esto era señal de poderío. El lujo y la magnificencia servían para asombrar al público, y ya dijo un Papa de la época que se trataba de "sorprender para dominar".

Entran ganas de relacionar estas historias con la actual pulsión conservadora que se observa en bastantes capas de la población. Quizá por eso las autoridades tratan de complacer con actuaciones populistas lo que suponen que es el gusto del personal en general. A ver si dura poco.

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