Un titular del pasado viernes en este Diario nos alegró el día: "Calificación de 'Óptima' para urgencias del Distrito Almería". Con un par, piensa uno con satisfacción, tenemos unas urgencias hospitalarias públicas en lo más alto de la escala de calidad, ya que, según el Diccionario de la Lengua Española (DLE), óptimo es: "Sumamente bueno, que no puede ser mejor".

Lo malo es que al leer la noticia completa nos enteramos de que óptimo no es sino la segunda categoría de las calificaciones que otorga la Agencia de Calidad Sanitaria de Andalucía (ACSA). La categoría primera es "excelente" y la tercera "avanzado". Perplejos nos quedamos, porque -seguimos con el DLE- excelente significa "que sobresale por sus óptimas cualidades" y avanzado, "que aparece en primera línea".

Dejando aparte, por ahora, que quien otorga estas calificaciones a los hospitales es un organismo de la misma Consejería de la Junta de Andalucía a la que pertenecen los propios hospitales, nos asaltan numerosas preguntas:

¿Cómo puede haber algo mejor que óptimo? En español la serie es: bueno, muy bueno, mejor, óptimo. Por encima de óptimo no se nos ocurre nada más que "cojonudo" o "de puta madre". En el caso de avanzado, ¿cómo puede haber alguien por delante del "que está en primera línea"? No será el jefe, pues según el dicho popular, "como es el que va delante, se escaquea el comandante". En realidad, los tres términos (o calificativos) empleados por la ACSA son prácticamente sinónimos, porque no parece que pueda haber nadie por delante de quien está en primera línea, ni ser mejor que óptimo. Además, óptimo está en la propia definición de excelente.

La siguiente pregunta es: ¿han consultado el DLE alguna vez los miembros del docto jurado de la ACSA o tienen alergia a los libros? Como también se puede consultar el DLE en Internet, puede que algunos lo hayan hecho, pero entonces ¿a qué se debe esta confusión de denominaciones? ¿Pretenden confundir al personal con tres palabras tan parecidas? Como dijo aquella aspirante a Miss Mundo: Confusio inventó la confusión (quería decir Confucio, pero seseaba). Puestos a ser benévolos y no adjudicarles tan aviesas intenciones de confundirnos, cabe entonces preguntarse si su formación literaria se reduce a los cuentos que editaba don Saturnino Calleja y que, allá por los años 40-50, venían de regalo con las tabletas de chocolate Tárraga.

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