El callejón del gato

El Cable se salva, nos queda el pingurucho

No somos los almerienses muy propensos a valorar los elementos significativos de los que nuestra ciudad dispone

No somos los almerienses muy propensos a valorar los elementos significativos de los que nuestra ciudad dispone. Los años sesenta fueron el ejemplo más claro del desprecio que se tuvo con la singularidad de una ciudad cuyo casco histórico fue tratado sin la menor consideración urbanística. Hoy las cosas han cambiado, pero no del todo. Hace unos días publicó este periódico la noticia de la próxima apertura del Cable del Mineral, convertido en un paseo peatonal del que, supongo, la mayoría de los almerienses nos sentimos satisfechos. Digo la mayoría por si se diera el caso de que quedase algún negacionista pertinaz de los que hace años defendían su derribo. No fueron pocos almerienses a los que les molestaba el Cable Inglés y emprendieron una fervorosa campaña contra su conservación. El Cable Inglés es una obra cuyo valor resulta incuestionable por doble motivo. Por representar una muestra valiosa de la arquitectura del hierro y por tratarse de una construcción vinculada a una actividad propiamente almeriense como es la minería. Así lo entendió la Dirección General de Bellas Artes de la Junta de Andalucía que propuso su declaración de Monumento Histórico Artístico en diciembre de 1984 y culminó con la declaración de Bien de Interés Cultural en 1998, "por ser ejemplo de la arquitectura del hierro en Andalucía y por su interés etnográfico". Afortunadamente sus detractores perdieron la batalla. Pero como dije, algo queda de nuestra condición destructiva y hoy muchos almerienses mantenemos una contienda con el Ayuntamiento empeñado en hacer desaparecer de la Plaza Vieja el Monumento a los Mártires de la Libertad. No es la primera vez que me refiero a lo que popularmente llamamos el Pingurucho de los Coloraos, como uno de los pocos elementos con valor histórico que hay en nuestra ciudad. Como es sabido se erigió en homenaje a un grupo de liberales que desembarcaron en nuestras playas para proclamar la Constitución de 1812 en defensa de la libertad, y fueron fusilados el 24 de agosto de 1824. También sabemos que un alcalde franquista ordenó su demolición con motivo de una visita del dictador y que una corporación democrática recuperó el Pingurucho en 1988. Un monumento histórico que el propio ayuntamiento pretende demoler sin mayores contemplaciones. Esperemos que la Ley de Memoria Democrática ponga freno al capricho de una corporación, dispuesta a borrar una página de la historia de Almería de un plumazo.

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