República de las Letras

EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO

Sueñe, claro que sí, pero sepa que después de todo, y como dijo aquel genio, los sueños, sueños son

Estamos en pleno centro de la gran estupidez humana. Mientras suben los precios de los alimentos a cifras estratosféricas y se nos prepara un septiembre super caro, vamos disfrutando de la entelequia tonta de las vacaciones como si no hubiera un mañana. Bien. Viajar es hoy un artículo de lujo que todos queremos tener a nuestro alcance. Y si es preciso dilapidar, se dilapida y punto. Esos diez o quince días en la playita, comiendo paella, entre el gentío, sin hacer nada, sientan bien mientras duran. Lo malo es el después, la reincorporación al trabajo, la vuelta a la realidad. Una realidad con frecuencia dura, con frecuencia anodina, donde los sueños se centran en tener y poseer, en el entretenimiento, en la televisión, en culpar a otros de nuestra cotidianeidad aburrida o penosa.

Y es que todo eso del turismo está muy bien. Deja dinero, crea empleo, en fin… Pero, oiga, cómo lo encarece todo. El coste de la vida es muy superior en las ciudades turísticas de la costa. En Almería, por ejemplo. Los alimentos, la vivienda, el vestido, el ocio… Por no hablar de los bares y restaurantes, que están en pleno proceso de encarecimiento de precios, pero bajada de calidad y empeoramiento de las condiciones de trabajo para los empleados. El turismo es uno de esos tinglados montados para mantener el sistema, conservarlo. Es otra de esas mentiras globales, como la religión, la economía capitalista y el sistema educativo. Mentiras para mantener el estatus de las minorías que sí obtienen beneficios económicos de todo eso. Engañabobos para la inmensa mayoría que soporta todos esos montajes sobre sus espaldas.

No, no se deje amargar por esto que digo. Usted continúe como si nada, no me haga caso, disfrute mientras le dure. Ya tendrá tiempo de quejarse de lo mal que funciona todo, de las diferencias de clase, de su malísima economía. Monte su película de felicidad, que la realidad aún está lejos. Ya habrá tiempo de eso. Y, sobre todo, pague. Cuando haya satisfecho, aunque sea en precario, sus ansias de vivir, vuelva a su esclavitud, quéjese lo que quiera, y siga votando como es debido. Sueñe, claro que sí, crea, tenga fe, pero continúe rindiendo para los que verdaderamente tienen la sartén económica por el mango. Distráigase, no piense, mantenga a la realidad alejada de sus sueños. Pero sepa que, después de todo – como dijo aquel genio (Calderón, ya sabe)–, los sueños, sueños son.

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